miércoles, 21 de febrero de 2018

Capitulo 10 y 11: "La Impostora"



Capítulo 10

     Lali se levantó de la cama dispuesta a vestirse, reunir fuerzas y decirle a Pablo toda la verdad en cuanto terminara de hablar por teléfono.

     —¡Has estado fuera! —exclamó la abuela de él al otro lado del aparato.

     —Sí, he estado unos días en Italia —admitió Pablo con un vago sentimiento de culpabilidad levantándose de la cama y apoyándose en el cristal de la ventana, desde donde se veía la ciudad envuelta en la oscuridad de la noche—. Te lo dije antes de irme, ¿no te acuerdas?

     —Bueno, eso ya no importa —contestó ella dando largas al asunto—. Lo importante es que he encontrado una solución para estas Navidades.

     Pablo suspiró ante la expectativa de que su abuela volviera a sacar el tema de sus padres.
     —¿Qué se te ha ocurrido? —preguntó con resignación.

     —No entiendo cómo no se te ocurrió antes. Aunque, ahora que lo pienso, a lo mejor lo hiciste y lo has estado guardando en secreto para darme una sorpresa… ¿Es eso?

     —¿De qué estás hablando? —insistió él empezando a perder la paciencia.

     —Vanessa. Hablo de Vanessa. ¿Por qué no le pides que venga a comer con nosotros? Estoy segura de que estará encantada.

     —¿No se te ha ocurrido que seguramente ella ya habrá hecho planes? —preguntó Pablo dándose la vuelta y sorprendiéndose al verla vestida y poniéndose los zapatos.

     ¿Es que pretendía marcharse? ¿No iba a quedarse con él?

     —¿Es que no se lo has preguntado todavía?

     —Abuela, es mi secretaria.

     Al escuchar el comentario de Pablo, Lali lo miró atentamente con los zapatos en la mano.

     —¿Y qué quieres decir con eso? ¿Es que ella no celebra las Navidades? —continuó Nell—. Además, me he fijado en cómo la miras. Estás loco por ella. Serás un estúpido si dejas que se te escape.

     Por un momento, Pablo sopesó la idea de su abuela. No era tan descabellada. Mar podría conseguir que su abuela disfrutara de las fiestas como hacía mucho tiempo que no lo hacía.

     —De acuerdo, abuela —accedió él—. Pero tengo una idea mejor. Hemos organizado una comida de Navidad con la gente del proyecto del Royalty Cove, será fantástica y Vanessa estará allí. Te lo prometo.

     Pablo quedó en llamarla al día siguiente, colgó el teléfono y miró a Mar. Parecía nerviosa, o preocupada por algo.

     —Pablo, tengo que… —dijo ella acercándose a él.

     —Vendrás a la comida de Navidad del Royalty Cove, ¿verdad?

     —¿Perdón? —preguntó Lali sorprendida.

     —La comida de Navidad… Nell quiere celebrar estas Navidades como Dios manda y le gustaría que estuvieras allí. He pensado que la mejor solución es llevarla a la comida de la gente del Royalty Cove. No será el día de Navidad, pero seguro que Nell ni siquiera se da cuenta.

     —No creo que… —empezó a decir Lali negando con la cabeza.

     —Le harías a Nell un gran favor. Lleva años insistiendo con lo mismo. Estar contigo sería como un regalo para ella.

     —¿Por qué haces esto? —preguntó ella exasperada.

     —¿Hacer qué? A Nell le caes bien. Además, ibas a asistir a esa comida de todas formas —dijo posando su mano en el hombro de ella—. A mí también me gustaría mucho que fueras.

     «Cuando sepas la verdad, no tendrás tantas ganas de que vaya a esa comida contigo», pensó Lali

     —No sé si podré hacerlo.

     —¡Claro que podrás! Es una comida de trabajo.

     —Pero es un sábado. No estoy obligada a ir.

     —Pero a mí me gustaría mucho que fueras, y a Nell también. Y te advierto que cuando se le mete algo en la cabeza no se da por vencida. Nunca ha aceptado un no por respuesta.

     —Ya veo que lo lleváis en los genes.

     ¿Es que nunca iba a poder librarse de aquella mentira? Cuanto más lo intentaba, más profunda y peligrosa se hacía.

     —Hacer a mi abuela feliz significa mucho para mí —añadió Pablo

     «¿Y qué hay de mí? ¿Es que yo no te importo nada?», pensó ella.

     —De acuerdo —accedió finalmente Lali sabiendo que se iba a arrepentir de tomar aquella decisión, sabiendo que aquello sólo podía hacer que las cosas fueran a peor—. Iré.
   
     Lali decidió mirar las cosas por el lado positivo. Tenía todavía dos semanas más para disfrutar de aquel mundo de ensueño, catorce días enteros que pasar junto a él sintiéndose una mujer especial.

     Como si fuera una niña, estuvo contándolos uno a uno, viendo cómo el tiempo consumía uno a uno los días que le quedaban, tachándolos en el calendario con ansiedad, con dolor, como si, con cada marca, la vida estuviera clavándole una espina indeleble en el corazón.

     Cuando, el día anterior a la comida de Navidad, su hermana, Mar, regresó, le fue muy difícil ocultar su tristeza. Al día siguiente, le contaría todo a Pablo. Esperaría a que terminara la celebración para no aguarle la fiesta a su abuela. Todo terminaría muy rápido.

     Mar descendió del avión sentada en una silla de ruedas. Las dos hermanas rompieron en lágrimas y se abrazaron en cuanto se vieron. Mar estaba emocionada por estar de vuelta en casa. Lali por todo lo que estaba a punto de perder. Pero, por encima de todo, lloraron de alegría por estar juntas de nuevo.

     —Creí que ya estabas mejor —comentó Lali al ver la dificultad de su hermana al entrar y salir del coche, el gesto de dolor que invadía su rostro al entrar por la puerta de la casa—. No hay que volver al trabajo hasta después de Año Nuevo, pero… ¿crees que estarás recuperada para entonces?

     —Tengo que hablar contigo sobre eso —contestó Mar derrumbándose en el sofá del salón para alivio de su pierna.

     —¿Qué quieres decir? —preguntó Lali alarmada—. Pensé que, en cuanto volvieras, te reincorporarías al trabajo.

     —Yo también lo creía, pero los médicos me han dicho que voy a necesitar varias semanas todavía para recuperarme e ir a un fisioterapeuta. Estuve pensando si debía pedirte que siguieras haciéndote pasar por mí….
     Lali estaba a punto de desmoronarse.

     —Pero después pensé que ya has hecho suficiente —continuó Mar—. No puedo pedirte más. Tal vez haya llegado el momento de renunciar a este trabajo.

     —Pero… ¡Es toda tu vida! ¡Lo adoras!

     —Sí, pero no puedo abusar más de ti. Sé lo difícil que te ha debido de resultar estar con Pablo, que ya no puedes más, que estás deseando dejarlo. No puedo pedirte que continúes.

     —Mar… —empezó Lalicon una punzada de culpabilidad—. En realidad, no es para tanto. No es tan malo.

     —¿Qué no es tan malo? —preguntó su hermana con los ojos como platos—. ¿Estamos hablando de la misma persona?

     —¡Dios mío, Mar! ¡No puedo más! Lo he liado todo. Vas a odiarme cuando sepas lo que ha pasado.

     —¿Cómo? ¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho? ¿Olvidarte de recoger la ropa de Pablo de la tintorería?

     —Peor —dijo Lali negando con la cabeza—. Mucho peor.

     —Hermanita… —murmuró Mar con dulzura al ver su rostro de preocupación—. ¿Qué ha pasado?

     Lali respiró hondo y la miró fijamente.

     —Creo que me he enamorado de él.

     —¿De Pablo? —preguntó Mar incapaz de creerlo—. Imposible. Completamente imposible. ¿Cómo ha podido suceder?

     —No lo sé, pero ha sucedido. Quise mantenerme lo más alejada posible de él, mantenerle a distancia, pero no pude.

     —¿Qué? —preguntó Mar como si le hubieran disparado una bala en el estómago—. ¿Me estás diciendo que te has liado con mi jefe?

     —Te prometo que no quería hacerlo —admitió Lali

     —No me lo digas… —la interrumpió Mar susceptible—. No pudiste evitarlo —añadió en tono sarcástico.

     —Lo siento mucho, de verdad. ¿Por qué crees que tenía tanto interés en que volvieras cuanto antes? Sabía perfectamente que estaba complicando las cosas. ¡Se suponía que ibas a estar fuera sólo una semana!

     —Lo sé, pero… ¡Cielos! ¡Te has liado con él! ¡Con mi jefe! ¿En qué demonios estabas pensando?

     —Mar, no es tan fácil. Pablo puede ser un cabezota, autoritario y demasiado exigente, pero… ¡Dios! ¡Es tan atractivo!

     —Podría llegar a estar de acuerdo, pero… ¡No se lía con sus secretarias! ¡Te lo dije!

     —¿Qué quieres que te diga? A lo mejor deberías recordárselo a él. Mira, lo siento mucho, de verdad. No quería que todo llegara hasta este punto. Él dijo que cualquier cosa que pudiera haber entre nosotros acabaría muy pronto. Yo también lo creía, y pensé que sucedería antes de que tú regresaras. Pero no ha sido así. Y mañana, debo asistir a una comida de negocios con el equipo del Royalty Cove, con él y con su abuela. Y ahora tú has vuelto, él sigue pensando que soy tú, llevo mintiendo a todo el mundo desde hace semanas… ¡Cielos! ¡Ya ni siquiera sé quién soy yo!

     Lali se echó a llorar desconsoladamente, como si todo el peso que había estado aguantando durante todas aquellas semanas, se hubiera derrumbado de pronto sobre sus hombros. Mar abrió los brazos y la acogió, acariciándole la cabeza intentando tranquilizarla.

     —Vamos… La… No te preocupes. Encontremos la forma de solucionarlo todo. Haberte liado con él, haberte enamorado… Tal vez no haya sido la mejor idea del mundo, pero… Mira el lado bueno.

     —¿Lado bueno? ¿Qué lado bueno?

     —Claro —contestó Mar—. Siempre podría ser peor. Podrías haberte quedado embarazada.

     Las lágrimas de Lali empezaron a fluir con más intensidad todavía y comenzó a emitir gemidos desesperados.

     Mar  se echó hacia atrás para mirar a los ojos a su hermana.

     —¡Oh! ¡Dios, Lala! —exclamó abrazándola de nuevo—. Por favor, eso no, eso no.
   
     Y el día llegó. El cielo amaneció despejado, con un sol brillante y un grupo de nubes blancas a lo lejos que presagiaban una noche fresca.

     Se levantaron pronto para desayunar. Mar se tomó su primer café con leche decente en varias semanas y Lali intentó tomar algo de la taza de té y los huevos fritos que su hermana le había preparado. Ya llevaba varios días despertándose con el estómago revuelto, pero no sabía a ciencia cierta si se debía a su embarazo o a lo nerviosa que estaba.

     —Creo que debería ir contigo —dijo Mar—. No creo que puedas afrontarlo sola, tal y como estás.

     —No. He sido yo quien lo he liado todo, debo ser yo quien lo afronte.

     —Pero fui yo quien te metió en esto. Tú sólo accediste para hacerme un favor.

     —Tú no me obligaste a liarme con él ni a quedarme embarazada. Fue culpa mía.

     —Pero,La…


    —Gracias, hermanita —la interrumpió Lali—. Pero debo hacerlo yo sola. Cada vez que he intentado decirle la verdad, ha sucedido algo que lo ha impedido. Debo detenerlo todo ya. Además, no creo que fuera buena idea que te encontraras con Pablo ahora mismo.

     —Antes o después querrá hablar conmigo. Probablemente para cantarme las cuarenta, pero yo también le debo una disculpa.

     —Lo sé, pero… déjame que sea yo quien le diga toda la verdad, ¿vale?

     —Como quieras. De todas formas, a lo mejor te estás precipitando. Puede que él también sienta algo por ti y que acoja la idea de tener un hijo como un regalo.

     —Sería bonito, sí, pero no ocurrirá. Ya se me ocurrió a mí también, así que le pregunté por su antigua secretaria, Tina. Me dijo que le había traicionado quedándose embarazada. Que era una mentirosa. No creo que se ponga muy contento cuando sepa que ha vuelto a cometer el mismo error.

     —Entonces, ¿cuál es el plan?

     —Le dije que me encontraría con él en su casa a las doce —dijo Lali tomando un sorbo de té—. Eso me da dos horas y media para arreglarme, mentalizarme y preparar la mejor de mis sonrisas —añadió con la sensación de estar preparándose para asistir a su propia ejecución.
   
     Pablo dejó las bolsas con las compras que había hecho en el asiento de atrás del coche y arrancó su Mercedes con un gesto de satisfacción. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía realmente contento en Navidades. Por primera vez, estaba deseando pasarlas con su abuela.

     Y todo se lo debía a Nell. Aunque fuera difícil aceptarlo, había tenido una idea excelente. Puede que no fuera el día de Navidad propiamente dicho, pero era el mejor plan que había tenido en mucho tiempo. Era más que suficiente.

     Pablo abrió la ventanilla del coche y sintió al aire jugando con su pelo. Estaba deseando ver a Mar. Se había acostumbrado a tenerla cerca. ¿Quién lo hubiera dicho unas semanas atrás? ¿Quién hubiera podido predecir que acabaría teniendo una historia con su secretaria, una historia tan larga? Lo más sorprendente, era que no tenía ningún deseo de que terminara. Disfrutaba de Mar cada segundo que pasaba con ella.


     Tal era la plenitud que sentía a su lado que había intentado convencerla para acompañarla a su casa y recibir a su hermana, pero ella había insistido en hacerlo sola. Y, aunque sabía que iba a verla muy pronto, había pasado toda la noche pensando en ella, tocando su lado de la cama, intentando descubrir restos de su olor entre las sábanas. Por primera vez en varias semanas, se había despertado sin tenerla entre sus brazos. Y no le había gustado. Se había sentido solo.

     Pablo miró la carretera y se dio cuenta de que no podía esperar hasta las doce. Necesitaba verla cuanto antes. Además, no tenía sentido que Mar fuera hasta la casa de él cuando la residencia de Nell y el restaurante estaban, justamente, en la dirección contraria.

     Ir a buscarla era una idea mucho mejor. Y si conseguían encontrar un rato antes de ir a buscar a Nell… Entonces sería redondo.

     Cuando llamó por primera vez a la puerta, no hubo respuesta. Estaba pensando en que debería haberla llamado por teléfono antes de presentarse en su casa cuando la puerta se abrió.

     —Feliz Navidad, Mar —dijo Pablo extendiendo la mano con un pequeño regalo.

     Su secretaria apenas reaccionó, como si estuviera en estado de shock. Entonces, Pablo reparó en su pierna. Estaba escayolada.

     —¿Qué te ha pasado? —preguntó él sorprendido—. ¿Por qué no me has llamado?

     Algo se movió dentro del apartamento. De pronto, una mujer apareció vestida con un traje muy elegante y con una toalla enrollada en la cabeza.

     ¡También era Mar!
     Las dos lo miraban como si el aire se hubiera detenido súbitamente, como si se hubieran quedado paralizadas.

     Pablo sabía que Mar tenía una hermana, pero… ¿qué diablos significaba aquello?

     La mujer que le había abierto la puerta se volvió hacia la otra.

     —¡Oh, Lali! ¡Lo siento!



Capítulo 11
     —¿Qué diablos está pasando aquí? —preguntó Pablo en tono agresivo. Lali tragó saliva y deseó que se la tragara la tierra. No estaba en absoluto preparada para aquello. Entonces, se dio cuenta de que su hermana estaba en la puerta, frente a él, y que estaría todavía más nerviosa que ella.

     —Pablo, todo es culpa mía —dijo Lali dando un paso al frente.

     —No —replicó Mar desde la puerta—. La culpa es mía.

     —¿Qué es culpa vuestra? —preguntó Pablo sin moverse.

     —¡Todo! —exclamaron ambas a la vez.

     Pablo no entendía nada de lo que estaba pasando, pero, a pesar del increíble parecido entre las dos, sabía perfectamente que la mujer a la que había ido a ver era la que estaba al fondo del apartamento con una toalla enrollada en la cabeza.

     —Mar, ¿qué demonios está pasando? —preguntó dirigiéndose a ella.

     —Ésa es la cuestión —contestó Lali con los ojos llenos de pánico—. Yo no soy Mar.

     —¿Qué no eres Mar? ¿Y cómo quieres que te llame? ¿Vanessa?

     —Iba a contártelo todo hoy después de comer, pero, ya que estás aquí… Mi nombre es Mariana,bueno Lali —admitió—. Mar es ella —añadió señalando a su hermana, que se había apartado ligeramente de la puerta.

     —¿Se puede saber a qué habéis estado jugando vosotras dos?

     —Lo siento —contestó Mar—. Intercambiamos los papeles. Lali se hizo pasar por mí. Se suponía que yo sólo iba a estar fuera una semana.

     —¿Y pensasteis que os podríais salir con la suya?

     —Se suponía que no estarías en la oficina en toda la semana, que ibas a estar en Milán —contestó Mar—. No era mala idea. Pero, entonces, tuve un accidente, me ingresaron en un hospital y no he podido volver hasta ahora.
     Entonces, Pablo lo entendió todo.

     ¿Cómo no se había dado cuenta? Con razón aquella primera semana había notado a su secretaria tan distinta, con razón se había sentido atraído de repente por sus piernas. ¡No era la misma persona!

     —¿Y pensaste que podrían seguir engañándome eternamente?
     —No quería, pero no tuve otra opción. Lali aceptó ocupar mi lugar y salvar mi trabajo, y de esa manera…

     —¿Tu trabajo? —preguntó Pablo en tono sarcástico—. ¿Sigues creyendo que tienes un trabajo? Debes de estar realmente loca.

     La mujer que había estado a su lado las últimas siete semanas, haciéndose pasar por su secretaria, dio un paso al frente y tomó el brazo de su hermana para darle ánimos.

     —No hace falta ponerse así —dijo Lali —. ¿No ves que lo está pasando muy mal?

     —¿Y tú? —preguntó él—. ¿Por qué te entrometes?

     —Porque es mi hermana. Fui yo la que acepté hacerme pasar por ella. Es conmigo con quien deberías enfadarte, no con ella.

     —Deberías habérmelo dicho el primer día.

     —¿Y crees que yo no quería hacerlo? ¿Qué me gustaba la situación? ¡Por supuesto que no! Pero no pude hacerlo. Mi hermana me lo había pedido y yo se lo debía. No pude hacerlo.

     —Se lo debías… ¿Y qué hay del trabajo? ¿Pensaron alguna de las dos en el trabajo?

     —Cumplí con el trabajo. Y lo hice perfectamente, lo sabes de sobra. Si no hubieras sido tan cabezota y le hubieras concedido a mi hermana una semana de vacaciones para que pudiera ir a la boda de su mejor amiga, nada de esto habría pasado.

     —No era buena idea.

     —¿No era buena idea? ¿Es que no podías hacer una excepción? ¿Esperabas en serio que Mar sacrificara toda su vida, incluso a su mejor amiga?

     —No te vayas por las ramas —dijo Pablo retomando la razón principal de su enfado al darse cuenta de que empezaba a sentirse culpable—. Has estado todas estas semanas haciéndote pasar por ella sin decirme nada. Es intolerable.

     —No hace falta que lo repitas, ya estoy pagando las consecuencias.

     Pablo miró a las dos mujeres atentamente. Eran prácticamente idénticas, las mismas facciones, los mismos gestos… Sin embargo, mientras una tenía el rostro pálido y el semblante asustado, la otra le miraba desafiante, con el rostro acalorado y la respiración agitada. ¿Cómo no había percibido antes la diferencia? Teniendo a las dos frente a él, se dio cuenta de que Mar era… Mar, la misma secretaria profesional que había trabajado con él durante un año y medio pero que, como mujer, le resultaba indiferente. Lali, en cambio, era completamente distinta a su hermana. Le había bastado estar un solo día en la oficina para cambiarlo todo.
   
    ¿Cómo había sido tan estúpido cuando eran como la noche y el día? ¿En qué había estado pensando?
     Pablo hizo un acto de contrición. En sus piernas. Había sido ver aquellas piernas extendidas, trepando por encima del escritorio, lo que le había vuelto loco y le había hecho olvidar todos sus principios acerca de las relaciones íntimas entre compañeros de trabajo. Había sido eso lo que le había hecho olvidar que aquella mujer era su secretaria, había sido eso lo que había destruido dentro de su cabeza cualquier otro objetivo que no fuera llevársela a la cama.

     Antes de que pudiera responder, Lali soltó a su hermana, se llevó la mano a la boca y, tapándosela con los ojos cerrados, huyó corriendo para desaparecer detrás de una puerta.

     —¿Qué le pasa? —le preguntó Pablo a Mar, que seguía de pie frente a él.

     —Deberías preguntárselo a ella, no a mí.

     Por un momento, sin saber por qué, a Pablole vino a la cabeza el rostro de Tina, aquella mujer fría y calculadora que había sido capaz de utilizar un error por su parte, un embarazo fortuito y no deseado, para solucionarse la vida para siempre.

     —¡Mar! —gritó yendo hacia la puerta tras la que había desaparecido Lali, dándose cuenta, tarde, de que la había llamado por el nombre equivocado—. ¿Qué demonios te pasa? —preguntó intentando abrirla sin éxito, ya que ella había echado el cerrojo.

     Tras esperar lo que le pareció una eternidad, Pablo escuchó un ruido y, acto seguido, la puerta se abrió. Lali estaba pálida.

     —Estás embarazada —afirmó él con la esperanza de estar equivocándose.

     Lali pasó junto a él, apoyándose con la mano en la pared, sin mirarle.

     —También iba a decírtelo hoy —murmuró.

     —¡Oh! ¡Claro! Ya me lo imagino… Ya te veo llegar a la comida y decirme: «¡Feliz Navidad, Pablo! ¿Sabes qué? No soy tu secretaria, soy la hermana de tu secretaria. He estado haciéndome pasar por ella todas estas semanas. ¡Ah! Por cierto… Estoy embarazada».

     Lali miró a su alrededor en busca de su hermana, pero no la encontró. Debía de haberse refugiado en su cuarto para no tener que asistir a aquel cruce de acusaciones y revelaciones.

     —¿Crees que todo esto es divertido? —preguntó Pablo tomándola del brazo y forzándola a mirarle a los ojos—. Porque te aseguro que no me lo estoy pasando nada bien.

     —¿Sabes? —dijo Lali muy tranquila—. Cuando me agarran de esa forma, me pongo de un humor insoportable. ¿Me puedes soltar, por favor?

     Pablo hizo lo que le había pedido y empezó a dar vueltas por la habitación como un animal enjaulado.
     Sin dejar de mirarlo, Lali se llevó la mano al brazo, al lugar donde él la había tocado. No le había hecho ningún daño, apenas la había rozado, pero qué diferente había sido de las otras ocasiones en las que él la había acariciado con ternura.

     —¿Se puede saber qué te llevó a pensar que podrías salirte con la tuya? —preguntó Pablo rompiendo el silencio y señalándola con el dedo.

     Lali bajó la mirada y negó con la cabeza.¿Qué podía decir?Le había mentido.
     Se había quedado embarazada.Y él se había enterado de la peor manera posible.
     Todo se había perdido.Estaba condenada.¿Lo habría entendido si hubiera llegado a decírselo ella como había      planeado? Ya nunca lo sabría.

     Pero, en cualquier caso, se merecía una explicación.

     —No tiene nada que ver con salirme con la mía. Simplemente he intentado solucionar las cosas causando el menor daño posible. Iba a contártelo todo hoy, después de la comida con Nell. De hecho, intenté decírtelo varias veces, pero siempre ocurría algo que lo impedía.

     —¡Vaya! ¡Qué casualidad!

     —No, qué frustrante.

     —Y que lo digas —replicó él en un tono que indicaba que no creía nada de lo que estaba diciendo.

     —Si vas a sentirte mejor, entonces acepto que sólo fueron excusas para retrasar lo inevitable. He intentado convencerme durante todas estas semanas de que estaba actuando correctamente, pero seguramente me haya equivocado. Sin embargo, ¿crees realmente que he disfrutado mintiendo a todo el mundo, haciéndole creer a todo el mundo que era mi hermana? Ni mucho menos. Creí que sólo sería por una semana, que ni siquiera tendría que encontrarme contigo… En cambio, he conseguido liarlo todo y convertir mi vida en un infierno. Pero, maldita sea, te prometo que intenté decírtelo.

     —¿Cuándo?

     —Aquel lunes, por ejemplo, justo después de… —Lali se interrumpió un instante—. El sábado yo me había ido para ir a buscar a mi hermana al aeropuerto. Estaba deseando que regresara para poder contarle todo con la esperanza de que me perdonara por haberme acostado contigo y haber echado a perder su trabajo, pero me encontré con un mensaje en el contestador en el que me decía que había tenido un accidente y que tardaría varias semanas en volver. Me dije que no podía continuar, que no podía seguir mintiéndote, y más después de lo que había pasado entre nosotros. Al lunes siguiente, fui a la oficina dispuesta a sincerarme.

     —¡Pero no lo hiciste!

     —Empecé a hacerlo. Pero entonces tú me hablaste de Phil Rogerson, de que quería que formara parte del equipo del Royalty Cove, que confiaba en mí… Antes de que me diera cuenta, había aceptado y estaba sentada en el coche contigo. ¿Cómo crees que me sentí? ¿Puedes imaginarte la presión a la que estaba sometida? ¿Cómo iba a decírtelo después de eso? Lo único que hice fue intentar hacer el trabajo lo mejor posible.

     —¿Eso es todo?

     —No. Después me dijiste que no me preocupara, que lo que había entre nosotros acabaría antes de dos semanas. ¡Dos semanas! —sonrió Lali—. Era tan tentador… Pensé que podría seguir cumpliendo en el trabajo y estar contigo, al fin y al cabo, mi hermana no iba a volver por el momento. Pensé que podría funcionar.

     Lali hizo una pausa para tomar aire.

     —Pero no fue así. Cuanto más tiempo pasaba, más me implicaba, con el trabajo y contigo. Pasaban los días, y nada hacía indicar que lo nuestro fuera a terminar. Y, aunque en el fondo no quería que acabara, sabía que no podía seguir mintiéndote. Entonces, descubrí que me había quedado embarazada…

     —¿Y quién es el afortunado?

     —¿Cómo eres capaz de preguntarme eso? —dijo Lali sintiendo como si una bomba hubiera explotado dentro de ella—. No puedo creer que tengas siquiera el valor de…

     —Con tantas mentiras… ¿Qué esperas?

     —Hemos vivido una relación juntos durante las últimas seis semanas, ¿es que no sabes cómo ha ocurrido? ¿Dónde estabas? No ha habido nadie para mí en todo este tiempo excepto tú. Es tu hijo, Pablo , lo que está creciendo dentro de mí. Importa poco si te lo crees o no, pero es tuyo.

     —¡Siempre utilizamos preservativo!

     —¡Pues habrá fallado! ¿Qué quieres que te diga?

     —¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

     —Me enteré cuando estabas de viaje en Milán —admitió Lali.

     —¡De eso hace más de dos semanas! —exclamó él indignado.

    Lali  asintió sin decir nada.

     —Y ni siquiera cuando lo supiste me dijiste la verdad, seguiste mintiéndome.

     —¡Es tu hijo!

     —Y a pesar de todo decidiste no decírmelo.

     —No, no es verdad, iba a decírtelo. Eres el padre, tienes derecho a saberlo.

     —¡Un derecho que querías arrebatarme!

     —¡Iba a decírtelo hoy!

     —Si no hubiera venido hoy de repente, habrías seguido engañándome y yo seguiría sin saber nada —dijo Pablo furioso negando con la cabeza.

     —Mira, intenté decirte que estaba embarazada desde el mismo momento en que bajaste del avión, pero entonces Nell te llamó por teléfono, empezaste a hablar de la comida de Navidad, de que querías que fuera contigo y con ella…

     —Pudiste haber insistido, decirme que esperara, que tenías que hablar conmigo.

     —¡Te dije que no quería ir! Pero tú insististe, no querías escucharme, para ti lo único que importaba era lo contenta que iba a ponerse Nell y toda la gente del proyecto. Así que acepté por ti. Por la gente del proyecto. Por Nell.

     —Por Nell… —repitió Pablo—. Parece que estás acostumbrada a hacer muchas cosas por los demás. Me mentiste para ayudar a tu hermana, seguiste mintiéndome para no darle un disgusto a Nell… Eres una persona muy noble… ¿O será que siempre acabas pagando con los demás tu inmadurez y tu irresponsabilidad? ¿No será que lo que intentas es ver de qué manera puedes obtener el mayor beneficio para ti misma?

     —¡Deja de ser tan manipulador! ¡Iba a decírtelo! ¡Intenté decírtelo! Pero fuiste tú el que insististe en que fuera a comer hoy con ustedes para darle una alegría a Nell. Por eso accedí. Sólo por eso.

     —¿De verdad? ¿Seguro que no lo hiciste por ninguna otra razón?

     —¿Qué quieres decir? —preguntó Lali perpleja, asustada por lo que implicaban sus palabras.

     —Creo que, cuando te dije que iba a haber una comida de Navidad, empezaste a darle vueltas para ver cómo podías sacar el mayor partido a la situación.

     —¿De qué estás hablando?

     —¿De verdad que no lo sabes? Seguro que habías planeado decir hoy delante de todo el mundo que estás embarazada.

     —¿Delante de todo el mundo? ¡Claro que no! Ya te lo he dicho cien veces, iba a decírtelo después de la comida. ¿Por qué habría de hacerlo de otro modo?

     —Porque estamos en Navidad —dijo él—. Eso te dio la idea. Soltar la bomba delante de todo el mundo, en estas fechas tan señaladas y tan caritativas, haría que todos sintieran compasión por ti e hicieran presión para que me comportara como un caballero y me casara contigo.

     —¿Qué? ¿Qué te pasa? ¿Te has vuelto loco?

     —¿Por qué has esperado entonces hasta ahora si no es para aprovechar la oportunidad y casarte conmigo?

     —¿Crees de veras que te necesito para sacar adelante a mi hijo? ¡Claro que no!

     —Creí que habías dicho que también es hijo mío.

     —Eso da igual. Has dejado bien claro que no tienes ningún interés en él. No me importa. Ya te he contado todo. Ya lo sabes. Ya no tengo ningún remordimiento de conciencia ni nada que ocultar. Por mí, puedes olvidar que existo y que llevo en mi vientre un hijo tuyo.

     —¿Cómo quieres que olvide algo así?

     —Fácil, de la misma manera que eres incapaz de valorar todo el trabajo que he hecho para ti durante todas estas semanas.

     —Por no mencionar el trabajo que has estado haciendo fuera de la oficina —añadió él en tono sarcástico.

     Lali lo miró a punto de echarse a llorar.

     —No entiendo cómo eres capaz de hablar de esa manera. ¿Es que no te has dado cuenta de cómo soy, aunque sea un poco, en las siete semanas que hemos pasado juntos?

     —Sí —contestó Pablo fríamente—. Me he dado cuenta de que eres una mentirosa, que no puedo confiar en ti, que eres capaz de hacer cualquier cosa para volver las circunstancias en tu propio y único beneficio.

     Lali no podía creerlo. Se había preparado desde hacía días para encajar su enfado, su estallido de violencia verbal, incluso una irrefrenable sensación de decepción. Pero lo único que no había llegado a imaginar era aquella censura sistemática de su carácter, de su forma de ser, de todo lo que había hecho y dicho aquellas semanas.

     —¡Oh, Dios mío! —exclamó con aprensión llevándose la mano a la boca al sentir que volvía a revolvérsele el estómago.

     —Ve y haz lo que tengas que hacer —ordenó Pablo señalando el cuarto de baño—. Después vístete. Te esperaré en el coche. Pero te lo advierto, que no se te ocurra decirle ni una palabra a nadie.

     —¿Qué? —dijo Lali agitando incrédula la cabeza—. Debes de estar bromeando. ¿Todavía esperas que vaya contigo…?

     —¡Por supuesto! ¡Ve a vestirte! —exclamó él firmemente—. No te librarás de todo esto tan fácilmente.
   
     Todas las mesas del restaurante estaban reservadas, pero la comida del Royalty Cove había sido organizada en un salón privado, rodeado de palmeras, con unas vistas extraordinarias al extenso mar que rodeaba el local. Era un lugar paradisíaco, un lugar diseñado para transmitir tranquilidad y relajación.

     —¿No es precioso? —preguntó Nell tomando un sorbo de una copa de champán, ajena a la tensión que existía entre las dos personas que se hallaban sentadas a su lado—. Hacía siglos que no me divertía tanto.

     Lali sonrió de forma forzada y bebió un poco de agua deseando que todo se acabara cuanto antes para que así pudiera volver al lado de su hermana y olvidar aquella incómoda situación.

     Había muchas cosas que pensar, muchos planes que hacer. Para empezar, Mar debía comenzar a ir a rehabilitación y ponerse a buscar un nuevo empleo.

     Ella, por su parte, aunque no se veía en absoluto preparada para ello, tenía que mentalizarse para ser una madre soltera y ver cómo y dónde iba a criar al hijo que llevaba dentro de sí. Tenía suficiente dinero ahorrado para los primeros años, sobre todo contando con que la benevolencia de su hermana le permitiera quedarse en su casa una temporada. Pero no podía seguir dependiendo de ella eternamente. Debía pensar algo. Aquello le había pillado completamente desprevenida, era lo último que hubiera podido imaginarse, pero, una vez que había sucedido, de nada valía lamentarse.

     Pero todos aquellos planes tendrían que esperar un poco más. Todavía quedaban por servir los postres, el café, las copas… Sólo de pensarlo se le revolvía el estómago. Y más al ver que ninguno de los presentes parecía tener la más mínima prisa por dar aquello por terminado. Era comprensible. El proyecto del Royalty Cove suponía para ellos un futuro lleno de nuevas esperanzas. Tenían mucho que celebrar.

     A su alrededor, la gente conversaba afablemente pero, aunque intentaba participar del buen humor general, no conseguía integrarse con los demás, hasta todo se convirtió en un rumor informe e incomprensible. Mirando su vaso de agua, cerró los ojos y, por un instante, imaginó que las olas se la llevaban flotando hasta lo más profundo del océano y le quitaban de encima todos sus problemas, el hijo no deseado que llevaba en su vientre, el amor no correspondido que profesaba a Pablo, el imborrable sentimiento de culpa…

     Tegan se preguntó si él habría albergado, en lo más profundo, algún tipo de amor hacia ella, aunque fuera pequeño. Si, en algunas de las ocasiones en las que la había tenido entre sus brazos, había experimentado cariño o ternura además de pasión. No supo responderse a la pregunta, pero se dijo a sí misma que ya no importaba demasiado, que después de lo que había sucedido en el apartamento de Mar aquella mañana, cualquier rescoldo de amor habría desaparecido…

     —Nell te ha hecho una pregunta —lo había dicho Pablo, que la estaba mirando fijamente, con el rostro serio y una pose agresiva.

     Desconfiando de ella, de que a pesar de la advertencia cayera en la tentación de decir algo sobre su embarazo delante de todo el mundo, Pablo había intentado sentarla en una esquina de la mesa, lejos de su abuela y de todo el mundo. Pero Nell había insistido personalmente en sentarse junto a la joven secretaria de su nieto, tomándola de la mano para mostrar su incorruptible decisión. A la vista de la situación, lo único que había podido hacer Pablo había sido sentarse al otro lado de su abuela para mantenerse a la escucha y velar por sus intereses.

     —Lo siento, Nell —se disculpó Lali , de vuelta a la realidad—. ¿Qué decías?

     —Te había preguntado qué querías por Navidad.

     —Nada especial —dijo Lali sin poder evitarlo, sonriendo ante la maravillosa inocencia de la anciana.
     «Y menos ahora», pensó con amargura imaginando lo increíbles que habrían sido aquellas fiestas si todo se hubiera desarrollado de otra manera.

     —Pues yo creo que Santa Claus traerá algo muy especial para ti en su trineo —dijo Nell posando su mano agrietada por la edad sobre la mano de la joven.

     Lali sonrió amablemente y agradeció internamente, con sinceridad, el optimismo de la anciana.
     Pero lo que ella quería para Navidad nunca lo tendría. Pablo se había encargado de dejárselo muy claro, había destruido todo resquicio de esperanza. Nunca la perdonaría. Jamás.

     —Yo sé lo que tú necesitas —insistió Nell, dispuesta a animar a la secretaria de su nieto a toda costa—. Pasadme la botella de champán. La copa de Vanessa está vacía.

     Tomando la botella, Phil Rogerson llenó la copa de Nell preguntándose por qué había llamado la abuela de Pablo a la secretaria de su nieto, Vanessa.

     —No, gracias —dijo Lali tapando con la mano su copa cuando Rogerson se dispuso a llenarla—. Mejor no.
     Lo último que necesitaba en aquel momento era alcohol corriendo por sus venas y agitándole el estómago todavía más.

     Viendo que Nell no le quitaba el ojo de encima, Lali recordó felizmente un pequeño regalo que le había comprado a la anciana y lo sacó para desviar por un momento su atención.

     —Estaba guardando esto para cuando terminaran los postres, pero creo que ahora también es buen momento —dijo Lali —. Sólo es un pequeño detalle, pero espero que te guste. ¡Feliz Navidad, Nell!

     —¡Oh! ¡Me encantan los regalos! —exclamó la mujer aplaudiendo con las manos temblorosas y los ojos húmedos por la emoción—. ¿Qué es?

     —Ábrelo y lo verás —dijo Lali

     Nell rasgó el papel que envolvía la pequeña cajita con la ansiedad de una niña de seis años. A pesar de todas las preocupaciones y problemas que tenía en la cabeza, Lali no pudo sino sonreír ante la genuina expresión de emoción de la mujer.

     —¡Es precioso! —exclamó Nell—. ¡Mira, Pablo! ¡Mira el regalo que me ha hecho Vanessa! —dijo casi gritando mostrándole a su nieto un pequeño camafeo dorado.

     —Déjame ponértelo —dijo él tomándolo de las manos de su abuela y ajustándoselo en la solapa.

     —Tiene más de cien años —comentó Lali, contenta porque su regalo hubiera sido tan bien recibido.

     —¡Cielos! ¡Es casi tan viejo como yo! —exclamó Nell haciendo que toda la mesa se echara a reír—. Me encanta —añadió tomando de nuevo la mano de Lali—. Eres una chica adorable. ¿No es verdad? —preguntó dirigiéndose a su nieto.

     Pablo aprovechó que justo en ese momento habían empezado a servir los postres para no responder. Lo que tenía en la cabeza no era apto para ser dicho delante de tanta gente.
     Había estado observando a Lali en todo momento. Apenas había tocado la comida. No había bebido ni una gota de alcohol. Era evidente que la situación era incómoda, pero su conducta también parecía motivada por otra razón.

     ¿Sería verdad que llevaba un hijo suyo dentro de su vientre?
     Después de la desagradable experiencia que había tenido con Tina, Pablo se había prometido a sí mismo que nunca más volvería a dejarse impresionar, ni chantajear, por ninguna mujer que acudiera a él afirmando haberse quedado embarazada de un hijo suyo. Cuando Lali le había contado todo aquella mañana, había sido aquella remota sensación de furia, de humillación y defensa propia, la que había acudido a él como un escudo protector.

     Sin embargo, allí sentado, mirando a Lali, descubrió que sentía algo extraño. Mientras que con Tina todo había sido desagradable, a pesar de haber terminado por descubrir que todo era mentira, con aquella chica estaba empezando a experimentar algo parecido al orgullo. El orgullo de que ella llevara dentro un hijo suyo.
     ¿Por qué aquella mujer provocaba en él sentimientos tan contradictorios? Tenía ganas de gritarla, de humillarla por todo lo que le había hecho, por todas las mentiras que le había dicho durante todas aquellas semanas. Sin embargo, al mismo tiempo, sentía la necesidad de protegerla, de abrazarla para que nada la afectase.

     Cuando Lali se disculpó un momento para ir al servicio, Nell se inclinó levemente sobre su nieto.

     —Tu madre se comportaba igual —dijo la anciana.

     —¿A quién te refieres? —preguntó Pablo

     —A Vanessa. No bebe nada. No come nada. Tu madre hacía lo mismo cuando se quedó embarazada de ti. Yo, en cambio, lo hice justo al contrario, ya me conoces. Nunca tuve náuseas, ni vómitos, ni… ¡Pablo! ¿Dónde vas?


lunes, 5 de febrero de 2018

Capitulo 8 y 9 : "La impostora"



Capítulo 8
     LAli escuchó de nuevo el mensaje de su hermana intentando asumirlo. «Un accidente de autobús… nadie está herido de gravedad… una pierna rota… vamos de camino al hospital…».

     ¿Hospital? Aunque Mar intentaba mantener la compostura, su voz reflejaba tensión y nerviosismo.
     El segundo mensaje del contestador era de Benja, uno de los amigos de Mar. Le informaba de que su hermana acababa de salir del hospital y, aunque no tenía nada importante, tenía fracturas en varias partes del cuerpo. Al parecer, Mar iba a tener que permanecer allí unas semanas más hasta encontrarse mejor.

     Lali se derrumbó en el sofá aliviada. Su hermana estaba bien, gracias a Dios. Al mismo tiempo, se sentía culpable. Debería haber estado en casa para responder al teléfono, de esa manera podría haber hablado con ella y calmarla. Sin embargo, había pasado toda la noche haciendo el amor con Pablo.

     «¡Cielos! ¡Qué desastre!», se lamentó Lali para sí hundiendo la cabeza entre las manos.
     Su hermana todavía tardaría varias semanas en regresar. Eso quería decir que tendría que volver el lunes a la oficina, seguir haciéndose pasar por Mar…

     «¡No puede ser!», volvió a lamentarse.

     Durante una semana, había conseguido engañar a Pablo, pero ¿hasta cuándo podría alargar aquella farsa?
     Lali negó con la cabeza. Su acuerdo con Mar había sido por una semana y, durante ese tiempo, había cumplido con creces. Pero no era sostenible continuar de aquella manera. Antes o después, él descubriría el engaño.

     Sólo había una solución, decirle la verdad. Tal vez, Mar perdiera su trabajo, pero al menos le quedaría la dignidad.

     La decisión estaba tomada.
     Sólo quedaba pensar en cómo hacerlo.
   
     Pablo había pasado el fin de semana dando vueltas a lo que había sucedido la noche del viernes. No la había llamado en ningún momento. Si era capaz de irse de aquel modo después de haber pasado una noche tan memorable, entonces aquella mujer no valía la pena.

     Miró su reloj y maldijo. ¿Dónde diablos estaba?

     Justo en ese momento, escuchó el timbre del ascensor y el ruido de las puertas abriéndose.
     Pablo tragó saliva.

     Un minuto después, su secretaria llamó a la puerta de su despacho.

     —Adelante.

     Sin apenas volverse hacia ella, Pablo vio cómo entraba y se quedaba parada junto a la puerta.

     —Llegas tarde —añadió él observando sus zapatos de tacón hundiéndose en la alfombra.

     —Pablo, tengo que hablar contigo.

     Por el tono de su voz, daba la impresión de que su secretaria estaba a punto de disculparse por el comportamiento que había tenido. Pablo se acomodó en la silla y cruzó las manos detrás de la cabeza dispuesto a disfrutar de la conversación.

     —¿Lo has pasado bien este fin de semana con tu hermana?

     —Al final no vino. Se va a retrasar unos días.

     Pablo no se sorprendió en absoluto. Siempre había considerado aquello como una simple excusa que ella había utilizado para huir de su casa.

     Su secretaria avanzó un poco hacia su mesa tímidamente, pasándose la mano por el pelo para apartárselo de la cara. ¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿Por haberse acostado una noche con él? ¿Tan mal lo había pasado? ¿Tan duro había sido para ella?

     —He estado a punto de no venir a trabajar —empezó Lali—, iba a llamar para avisarte. Pero luego pensé que te merecías que te dijera todo personalmente.

     —Te recuerdo que no eres tú la que decide si vienes o no a trabajar. Tienes un contrato, ¿recuerdas?

     —Siento si va a ser un problema para ti, pero no puedo seguir haciendo esto.

     Pablo se levantó de la silla como impulsado por un resorte, dio la vuelta a la mesa y se acercó a ella.

     —¿Qué quieres decir con eso? ¿Todo esto es por lo que pasó entre nosotros el viernes? ¿No crees que estás exagerando? ¿No fuiste tú la que dijo que somos adultos?

      Aquellas últimas palabras le habían rondado en la cabeza todo el fin de semana. Mar se había mostrado tan predispuesta como él a pasar la noche juntos. ¿Por qué, entonces, había huido de una forma tan violenta, tan incómoda?

     —No es sólo por lo que pasó el viernes.

     —Pues, ¿de qué tienes miedo?

     —¡No tengo miedo!

     —¿De qué huyes?

     —No lo entiendes…

     —¿No lo pasaste bien conmigo?

     —Ésa no es la cuestión.

     —Entonces, ¿cuál es?

     —Pablo…
     El sonido del teléfono la interrumpió.

     —Debe de ser Rogerson —dijo él tomando su móvil de la mesa—. Estaba esperando su llamada. Continuaremos esta discusión luego.

     —No hay nada que discutir.

     —¡Luego!

     Pablo le dio la espalda y ella, tras unos segundos de indecisión, comprendió que hablaba en serio y salió de su despacho.

     «¡Maldita sea! Debería haberlo hecho por teléfono. Habría sido más fácil», pensó Lali al llegar a su escritorio. Se había dejado llevar por los nervios, había dejado que él la llevara a su terreno. No podía volver a suceder. A la primera oportunidad que tuviera, se lo soltaría todo, iría al grano directamente.

     —Prepárate —le dijo Pablo de pronto desde la puerta de su despacho—. Tenemos una reunión con Rogerson en quince minutos.

     —Pablo, todavía no hemos terminado de…

     —Nos está esperando —la cortó él—. Reunión de equipo.

     —No, espera un momento y escúchame —insistió Lali—. Esto es importante. Yo no…

     —¿No estabas en el equipo? —la interrumpió de nuevo—. Pues ahora lo estás. Después del excelente trabajo que hiciste con ese programa de gestión de proyectos, Rogerson insiste en ello. Además, dado que es bastante probable que tenga que ausentarme por unos días, creo que es lo mejor.

     —Pero yo no he dicho nada todavía —dijo Lali frustrada—. Llevo toda la mañana intentando decir una cosa y tú ni siquiera me escuchas.

     —Veo que estás un poco disgustada —comentó Pablo—. Se te pasará, ya verás. Venga, vamos.

     —¿Quieres hacer el favor de dejar de ignorarme?

     —Mira, querida —dijo Pablo mirándola fijamente—. Rogerson, personalmente, me ha pedido que te incluya en el equipo de trabajo. Si no te parece buena idea, si estás dispuesta a decir que no, entonces creo que lo lógico es que se lo digas a él.

     —Mi problema no es con Phil Rogerson.

     —Perfecto. En ese caso, podremos discutir cualquier problemilla que tengas en otro momento, ¿te parece? Ahora, vamos.
   
     Lali entró en el coche con la cabeza dándole vueltas. Estaba atrapada. Salvando la parte en que Phil Rogerson le había pedido que formara parte del equipo de trabajo del Royalty Cove, el resto le había sonado a chino.

     —Quiero que te unas a nosotros —le había dicho Rogerson sonriéndola—. Siento que eres una persona en quien puedo confiar, sé que no nos abandonarás.

     Lali había asentido con un nudo en el estómago, sintiéndose culpable por la confianza inmerecida que Rogerson estaba depositando en ella. Sólo era una mentirosa, una persona sin valores que estaba siendo atrapada en su propia red de falsedades, una red que crecía y crecía cada vez más.

     ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a confesar la verdad después de lo que había pasado en la reunión? No podía. Sólo conseguiría empeorar aún más las cosas.

     —Estás muy callada.

     Lali miró a Pablo y se dio cuenta de que se había detenido en el aparcamiento de Norfolk Island, un precioso lugar que se hallaba junto a la playa, lleno de palmeras.

     —¿Por qué estamos aquí?

     Pablo no estaba seguro. Lo que sí tenía claro era que no quería regresar a la oficina, regresar a la conversación que habían dejado pendiente.

     Pasar la mañana con ella le había servido para darse cuenta de que nada había terminado entre ellos. No quería dejarla escapar, quería volver a yacer desnudo junto a ella.

     —Pensé que un poco de aire fresco nos iría bien —contestó él finalmente—. ¿Quieres dar un paseo por la playa?

     —¿Qué ocurre? —preguntó Lali sorprendida por su proposición.

     —Vamos —dijo quitándose la chaqueta y subiéndose las mangas de la camisa—. Sólo un rato.

     Diez minutos después, tenía arena en las medias, el cabello lleno de la sal del mar y paseaba por la playa con su traje de ejecutiva. Era una locura, pero no le importaba. El sol brillaba en lo alto del cielo, una suave brisa lo llenaba todo y el ritmo de las olas era como un bálsamo para su corazón.

     De reojo, miró a Pablo, que paseaba junto a ella con los zapatos en la mano y los pantalones remangados por las rodillas. Sus pies dejaban delicadas huellas sobre la arena.
     La belleza de sus pies era uno de los innumerables descubrimientos que había hecho pasando la noche con él. La suavidad de su piel, el tacto de su pelo, parecido al del satén, la fortaleza de sus músculos…
     Aquellos recuerdos estaban haciendo que se excitara de nuevo, calentando su cuerpo al mismo tiempo que los rayos del sol.

     Lali miró las olas rompiendo en la orilla, el agua deslizándose delicadamente por la arena, y deseó que su vida fuera tan sencilla como el ritmo de la naturaleza, exenta de mentiras.

     Pero ya era tarde para eso. Estaba en un callejón sin salida.

     —Has accedido a formar parte del equipo, como quería Rogerson —comentó Pablo como pensando en voz alta.

     —Eso parece —dijo Lali agradeciendo que él rompiera el silencio.

     —Supongo que eso significa que ya no te vas.

     Escucharlo en boca de él hizo que pareciera más real. Efectivamente, tenía que quedarse. ¿Qué otra cosa podía hacer? Ya no sólo tenía que preocuparse por la promesa que le había hecho a su hermana y por la atracción que sentía por Pablo. Ahora también estaba Phil Rogerson.

     Ya no podía desentenderse de aquello. Había demasiado en juego, demasiadas personas implicadas.
     Tendría que afrontarlo, seguir ocupando el lugar de su hermana para minimizar las consecuencias de sus mentiras y aguardar el regreso de Mar. Y, además, no volverse loca mientras tanto.

     —Eso parece —repitió Lali.

     —En ese caso —dijo Pablo acercándose a ella sin dejar de caminar—, tengo una proposición que hacerte.

     Lali lo miró a los ojos, atrapada por el brillo de sus pupilas, por la fortaleza de su cuerpo, por el calor que emanaba, mientras su cabeza le suplicaba que fuera sensata.

     —No —se adelantó ella—, no lo hagas.

     —Todavía no te he dicho en qué consiste.

     No le hacía falta. Podía leerlo en los ojos de él.

     —No voy a acostarme contigo otra vez.

     Por la reacción que tuvo, Lali supo que había acertado. Pero Pablo no iba a darse por vencido tan fácilmente.

     —¿Por qué? Ya lo has hecho una vez.

     —Eso fue un error que nunca volveré a cometer.

     —Ojalá todos los errores fueran tan placenteros. Tú disfrutaste tanto como yo.

     —Pablo, lo he estado pensando y… creo que deberíamos olvidarlo.

     —Ése es mi problema —dijo él deteniéndose, levantándole la barbilla con una mano mientras con la otra tomaba la mano de ella—. No puedo olvidarlo. No puedo olvidar la sensación de tenerte tumbada junto a mí, el sabor de tu boca, el placer de estar dentro de ti.

     Sus palabras estaban llenas de erotismo, de sensualidad, bañadas por los intensos recuerdos de la noche que habían pasado juntos.

     —Sobre todo cuando siento cómo te corre la sangre por las venas ahora mismo —añadió Pablo

     —Lo que estoy es nerviosa. ¿Cómo quieres que esté tranquila aquí, delante de todo el mundo, en un lugar público?

     —¿Se te endurecen también los pechos cuando estás nerviosa?

     «Sólo cuando estoy cerca de ti», pensó Lali avergonzándose por su comentario, pero consciente de que no había forma alguna de negarlo.

     —Me deseas —continuó Pablo —. Y yo te deseo a ti. ¿Por qué insistes en negar lo obvio?

     —Porque no todo es tan sencillo.

     —¿Por qué no lo es? Me dijiste que no había ninguna otra persona.

     —No, no es por eso.

     ¿Qué podía decirle?

     —Trabajo para ti. No creo que acostarse con el jefe de una sea la mejor manera de mejorar profesionalmente.

     —¿Es eso lo que te preocupa? —preguntó él alzando la cabeza de Lali y mirándola fijamente—. ¿Perder tu trabajo si lo nuestro termina?

     —¿Terminar? No hay nada entre nosotros que terminar.

     —Claro que lo hay. Sólo porque te empeñes en negarlo no vas a cambiar la realidad. ¿Por qué haces todo tan difícil?

     —Estoy intentando hacer las cosas bien.

     —No, lo que estás haciendo es provocarme. Cuanto más te alejas de mí, más tengo que correr para alcanzarte.

     —¿Qué tengo que hacer para que no lo hagas?

     —Muy fácil. Deja que las cosas sigan su curso.

     —Claro, qué fácil es decirlo. De modo que yo me convierto en tu amante de forma indefinida y luego ¿qué? ¿Vuelvo a ser tu secretaria y tú mi jefe como si no hubiera pasado nada?

     —Lo que estás haciendo ahora es justamente eso. Es condenadamente difícil trabajar contigo deseándote como te deseo. Si no te saco de mi cabeza… me voy a volver loco.

     Lali sabía perfectamente a qué se refería, porque a ella le sucedía lo mismo. Trabajar juntos, deseándose como se deseaban, siendo conscientes de lo que se estaban perdiendo por no estar juntos, era algo insoportable.
     Ésa había sido la razón que le había impulsado aquella mañana a decirle a Pablo toda la verdad.
     Pero, después de lo que había pasado en la reunión, había cambiado de opinión.
     ¿Creía él sinceramente que podrían tener una relación laboral normal cuando todo terminara entre ellos, después de todo lo que habían compartido y podrían compartir?
     Había que estar loco para pensar algo así.
     Pero… ¿y si tenía razón?
     ¿Y si era posible?
     En ese caso, habría una oportunidad.
     Lali respiró profundamente, aspirando un aire cargado de sal, arena, vapor de agua y deseo.

     —¿Cuánto tiempo…? —empezó nerviosa—. ¿Cuánto tiempo tardarías en sacarme de tu cabeza?

     Pablo la miró y en sus ojos Lali percibió un tímido brillo de satisfacción.

     —Dos semanas… tal vez tres.

     —¡Vaya! —exclamó Lali intentando aliviar la tensión entre ambos—. ¡Cuánto tiempo!

     —¡Eh! —exclamó él poniendo las manos en los hombros de ella—. Tú me has preguntado, yo sólo intento ser sincero. No hago planes a largo plazo.

     —¿Me estás diciendo que, cuanto antes empecemos, antes conseguiremos cansarnos el uno del otro y antes podremos volver a la normalidad?

     —Más o menos.

     Lali volvió la cabeza y contempló el mar. Desde luego, la idea parecía interesante. Mar iba a tardar al menos seis semanas en regresar. En ese tiempo, Lali podría cumplir su promesa con Phil Rogerson, seguir haciéndose pasar por su hermana y acostarse con Pablo por la noche. Para cuando Mar regresara, todo habría terminado entre ellos.

     Con aquella solución, podía ser una buena hermana, una buena profesional y satisfacer sus deseos.
     Era la solución perfecta.

     —En ese caso —dijo volviendo la cabeza hacia él para mirarlo—, cuanto antes empecemos, mejor.

     Pablo la miró exultante. Quería gritar, quería que se enterara todo el mundo.
     En cambio, lo que hizo fue atraerla hacia él y besarla.

     Durante las próximas semanas, por tiempo indefinido, sería suya. Ella era todo cuanto necesitaba.
     Además, no se parecía en nada a Tina. Ambas eran como la noche y el día. Todo sería diferente con Mar. Con ella no cometería los errores que había cometido con Tina.

     Pablo la abrazó más fuerte aún, absorbiendo su perfume, su olor, su deseo.
     Dejó de besarla, consciente de que una playa pública no era lugar para consumar lo que tenía en mente.

     —¿Qué tenemos en la agenda el resto del día? —preguntó él mirándola.

     —Nada que no podamos dejar para mañana —contestó ella con las mejillas enrojecidas y los ojos llenos de luz.
     Pablo asintió complacido y, dándose la vuelta, la guió de regreso al coche.
     Los negocios podían esperar.
     Tenía cosas más importantes que hacer.


Capítulo 9

   Aquello era un mundo de fantasía, un mundo que Lali nunca había creído que fuera posible. Los días se habían convertido en un vehículo para disfrutar de una forma sorprendente y novedosa del mobiliario de la oficina. Las noches transcurrían en medio de un sinfín de experiencias sensuales.

     Lali estaba como hipnotizada por lo que él la estaba haciendo vivir, por la facilidad con que él la excitaba, por lo completa que se sentía cuando estaba dentro de ella.

     Cada noche, él le pedía que se vistiera con un vestido nuevo cada vez, encargado especialmente para ella en las mejores firmas del mundo, la llevaba a cenar a los mejores restaurantes y, al final, regresaban a la isla privada de Pablo para hacer el amor durante horas.

     Ir a trabajar nunca había sido tan emocionante. Dado que ya no era necesario atenerse a las pautas de comportamiento de Mar, Lali dio rienda suelta a su imaginación y empezó a vestirse con los trajes más sugerentes y atrevidos. Todo para avivar aún más la pasión, si eso era posible.

     Eran las dos de la tarde cuando Lali se sumergió en un baño de espuma después de haber estado haciendo el amor con Pablo . Cerró los ojos y se abandonó al placer que le producía el agua acariciando todas las partes de su cuerpo.

     Por un momento, pensó que, vivir en un paraíso tan perfecto y emocionante como aquél, la estaba condenando de por vida, una vez que todo terminara, a buscar desesperadamente a otro hombre que pudiera llegar a hacerla sentir algo que fuera remotamente parecido que pudiera durar más de unas cuantas semanas.

     —Estás tan preciosa que podría comerte ahora mismo.

     Lali abrió los ojos y vio a Pablo en la puerta del baño, con los ojos clavados en sus pechos, que sobresalían por encima de la superficie del agua. Sus pezones se irguieron en el acto al ver que él también estaba excitado.

     —Pues entonces, ¿a qué esperas? ¡Cómeme!
   
     Un par de días después, Pablo la sorprendió con un regalo, una pequeña cajita azul oscuro que descansaba sobre la almohada.

     —¿Qué es esto? —preguntó Lali

     —Un pequeño detalle.

     —No tienes que comprarme nada.

     —Lo sé. Ábrelo.

     —No —dijo Lali—. Quiero dejar esto claro. Ya haces demasiado comprándome tanta ropa. No quiero que hagas nada más. No hay ninguna necesidad.

     —¿No te gustan las joyas?

     —No las necesito. Me parecen una ostentación inaceptable cuando en el mundo hay tantos millones de personas que pasan hambre. Es un desperdicio, un derroche innecesario.

     —A mí no me importa hacerlo.

     —Pero hay gente en el mundo que no tiene absolutamente nada, sólo su mísera comida diaria y la esperanza de que las cosas cambien algún día. ¿No crees que podrías gastar tu dinero de una forma más útil?

     —¿Desde cuándo estás tan concienciada con los problemas del mundo? —preguntó Pablo abriendo la cajita con impaciencia y mostrándole una cadena dorada de Tiffany que dejó a Lali casi sin respiración—. Compré esto porque quise. Disculpa.

     —Pero, Pablo .., —protesto ella de nuevo mientras él pasaba la cadena alrededor de su cuello.

     —Y porque quiero que te la pongas siempre que hagamos el amor —añadió tumbándola en la cama, poniéndose sobre ella y sujetando sus pechos sin dejar de mirarla—. De ese modo, siempre que la lleves puesta te acordarás de…

     Lali emitió un gemido ahogado cuando Pablo la  penetró, llenándola completamente, haciendo que todo lo demás dejara de importar.
   
     Pablo le había dicho que aquello duraría dos semanas, tres como mucho. Sin embargo, ese tiempo ya había pasado y Lali no veía que aquella loca pasión estuviera apagándose. Trabajaban juntos durante el día, dormían juntos por la noche y aprovechaban cualquier momento libre para hacer el amor.

     Hasta entonces, Lali había temido el momento en que aquel mundo maravilloso llegara a su fin.
     Después de pasar con él todas aquellas semanas, lo que empezaba a temer era que aquella pasión no se terminara a tiempo.

     Lali giró la cabeza y observó el ritmo pausado de la respiración de Pablo, el movimiento ininterrumpido de su pecho subiendo y bajando, las finas facciones de su rostro. Los primeros rayos de luz de la mañana se filtraban a través de las persianas, ajedrezando sus cuerpos.

     No. El problema de verdad no consistía en saber si aquella historia se terminaría antes del regreso de Mar.

     El problema era más complicado. No quería que se terminara.

     ¡Qué estúpida había sido! Se había convencido a sí misma de que todo aquello podía tener algún aspecto positivo, que podía ser la solución perfecta a la extraña situación en que se había visto envuelta, pero, en realidad, siendo sincera, lo había hecho por ella misma, había cedido a una tentación irresistible.

     Lali volvió la cabeza y miró el techo de la habitación. En unas pocas horas, Pablo saldría con Phil Rogerson hacia Milán para cerrar de una vez por todas el acuerdo con Zeppabanca. Pensar que no iba a poder estar con él, aunque sólo fuera por unos días, se le hacía insoportable. Si se sentía de aquella manera por una tontería, ¿qué ocurriría cuando él la abandonara definitivamente?

     Porque ese momento iba a llegar, antes o después. Él mismo lo había reconocido. De hecho, el tiempo que se habían dado ya había expirado. El día fatídico podría llegar en cualquier momento, y, para ella, sería como un jarro de agua fría, como si el universo entero se derrumbara.

     Estaba sumida en esos pensamientos cuando sintió que Pablo abría los ojos lentamente, estiraba torpemente las piernas y, abrazándola, la atraía hacia él.

     —Podrías venir conmigo a Milán —dijo jugando con sus pechos.

     —No es necesario. No me necesitarás para firmar un par de documentos. Estaré aquí cuando vuelvas.

     —Eso espero —replicó él besándola.

     La corriente que atravesó su cuerpo en ese momento casi llegó a convencerla de mandarlo todo al diablo y viajar con él a Milán con su propio pasaporte.

     —¿A qué hora sale mi avión?

     —A las once y cuarto.

     —Bien. Tenemos tiempo.
   
     Lali acababa de regresar a la oficina después de la hora de comer cuando sonó el teléfono.

     —¡Lali ! Perdona por llamarte a la oficina. Te he dejado varios mensajes en el contestador y, como no me llamabas, había empezado a preocuparme. ¿Puedes hablar un momento?

     —Lo siento —dijo Lali sentándose ante su escritorio con un repentino sentimiento de culpabilidad.

     Dormir con Pablo era tan maravilloso que casi se había olvidado completamente de su hermana.

     —He estado muy ocupada, pero sí, podemos hablar. ¿Qué tal va esa pierna?

     —No te lo vas a creer. Los médicos me han dicho que, si sigo así, podré volver a casa para Navidades. Estoy deseando regresar.

     Navidades. Sólo faltaban tres semanas para eso. Siempre había sabido que la aventura con Pablo tendría que acabarse, que el regreso de su hermana la convertiría en una historia imposible, pero tener una fecha concreta lo hacía todo más real. Y, sobre todo, más difícil.

     —Vaya, queda muy poco tiempo —dijo Lali sin mucho entusiasmo.

     —Así podrás volver a tu vida, a estas alturas seguro que ya estás harta de Pablo

     —No es tan malo como parece. Además, ahora mismo está en Italia, ha ido a cerrar definitivamente el proyecto.

     —Me alegro, así no tendrás que estar con él tanto tiempo. ¿De verdad que no se ha dado cuenta de nada?

     —Creo que he conseguido que no note la diferencia.

     —Muchas gracias, Lali. Eres una hermana maravillosa.

     Lali sintió deseos de decirle a su hermana que no era tan maravillosa como ella creía. De saber Mar que se había acostado con Pablo, seguro que cambiaría de opinión. Pero no lo hizo. Se limitó a asentir con un leve murmullo.

     Su hermana no se merecía regresar a casa, después de haber tenido aquel accidente, para descubrir el lío en que Lali había convertido su vida. Lo único que deseaba era que no se complicara todavía más.

     Seguramente, se estaba preocupando innecesariamente. Al fin y al cabo, sólo tenía un retraso de dos días. Después del tiempo que había pasado en los campos de refugiados y de haber estado enferma con aquel virus, sus ciclos menstruales se habían vuelto un poco aleatorios. Además, habían usado protección en todo momento. La probabilidad de que estuviera embarazada era prácticamente nula. No debía preocuparse por una tontería y, mucho menos, decir nada que pudiera alarmar a su hermana.

     Lali cambió de tema y empezaron a hablar de hospitales, de Hawai y de los trucos que había usado para hacerse pasar por su hermana. Cualquier cosa con tal de no hablar de Pablo
   
     El acuerdo con Zeppabanca ya estaba cerrado, los documentos firmados y el servicio de catering del avión impecable, como siempre. Pablo apoyó la espalda en el asiento, estiró las piernas y sonrió. Todo marchaba a la perfección.

     En unas horas, estaría de vuelta y todo sería incluso mejor. Cinco días habían convertido su deseo casi en una obsesión.

     A su lado, Phil Rogerson dejó el periódico sobre la mesita, al lado de su vaso de whisky, y suspiró.

     —Ha sido un buen viaje, pero estoy deseando volver a casa.

     «Desde luego», pensó Pablo, que se estaba imaginando a Mar esperándole en el aeropuerto, con sus bellísimos ojos y sus piernas esculturales vestidas con las medias de seda que tanto le excitaban.

     —Lo único malo es el jet lag —dijo Rogerson bebiendo un trago.

     Pablo sabía perfectamente qué iba a hacer con su jet lag, enterrarlo dentro del cuerpo de Mar.

     —Por cierto —comentó de nuevo Rogerson—, tengo un coche esperándome en el aeropuerto. Si quieres, puedo llevarte…

     —Muchas gracias, Phil —dijo Pablo—, pero ya he hecho planes.

     —¿Va a ir a buscarte Marianella?

     —Sí.

     —Respeto mucho a esa joven. Y la admiro. Eres un hombre afortunado.

     —Es mi secretaria —replicó Pablo con un extraño ataque de celos—. Eso es todo.

     —Vaya, veo que me he equivocado —dijo Rogerson mirándolo.

     —Intimar demasiado con los empleados nunca me ha parecido buena idea.

     —¿En serio? A mí nunca me ha importado, aunque tal vez lo diga porque yo me casé con mi secretaria. Tardé más de seis meses en armarme de valor, pero, ya ves, llevamos cuarenta y cinco años de matrimonio. Doris es lo mejor que me ha pasado en la vida.

     —Demasiado peligroso —insistió Pablo

     —¿Sabes? Eso fue lo primero que me hizo darme cuenta de que tu secretaria, Mar, es una joven especial. Estaba allí pensando, en la sala de reuniones, intentando valorar qué debía hacer, cuando vino ella y me convenció. Me dijo que hay ocasiones en las que una persona debe arriesgarse para conseguir lo que quiere. Eso fue lo que yo hice en su momento con Doris, y me salió bien. Es una chica fantástica.

     Pablo asintió. Estaba completamente de acuerdo con Rogerson. Lo que no podía comprender era por qué había tardado tanto tiempo en darse cuenta.
   
     Hecha un manojo de nervios, con el estómago dándole vueltas y la garganta seca, Lali esperaba en la terminal de llegadas del aeropuerto.

     El correo electrónico que le había enviado Pablo le había puesto en tensión. Saber que deseaba verla en cuanto bajara del avión sólo podía significar una cosa: aquella historia estaba lejos de haber terminado. Y, como siempre le había ocurrido, a pesar de que su cabeza le había enviado señales de advertencia, su cuerpo deseaba verlo de nuevo cuanto antes.

     Tampoco Lali quería que se acabara. Quería hacer el amor con él otra vez, aunque fuera una última vez. Sólo una vez más. ¿Acaso era mucho pedir? Después, todo podría volver a la normalidad y cada uno podría seguir con su vida.

     Las puertas se abrieron y Pablo, imponente en su enorme estatura, apareció enseguida con un maletín en una mano y una maleta en la otra.

     Sus miradas se encontraron y, por un momento, todo alrededor de ellos desapareció.
     Allí estaba él de nuevo. No iba a durar para siempre.

     Podía, incluso, terminarse en cualquier momento.Pero, al menos, Lali ya estaba segura de que, aunque eso sucediera, siempre le quedaría el consuelo de tener algo suyo para siempre. Algo que la ayudaría a sobrellevar el dolor de estar lejos de él, algo con lo que soportar la idea de haberle perdido para siempre, algo con lo que recordar que aquellas semanas habían valido la pena.

     Ni siquiera la perspectiva de ser una madre soltera, sin trabajo y sin una casa propia conseguía enturbiar el placer de llevar un hijo suyo dentro de ella. Tenía ahorrado dinero suficiente para afrontar cualquier problema que pudiera presentarse.

     El padre de su hijo se acercó a ella, con un inequívoco cansancio reflejado en el rostro por el largo viaje, el pelo despeinado y, a pesar de todo, tan atractivo como siempre.

     Pablo la sonrió con esos labios que la volvían loca y Lali fue incapaz de detener su imaginación, que ya estaba rumbo a la casa de él, a la habitación que les estaba aguardando.

     —Hola, Marianella —dijo Phil Rogerson—. Me voy corriendo, tengo un coche esperando fuera. Supongo que os veré a los dos muy pronto.

     Cuando Rogerson se marchó, Pablo la miró fijamente de arriba abajo.

     —Vamos a casa —sonrió.

     —¿Quieres conducir tú? —le preguntó Lali cuando llegaron al pequeño Honda de Mar, abriendo el maletero para que él dejara el equipaje.

     Sin abrir la boca, Pablo metió la maleta en el coche y negó con la cabeza.

     —Hoy quiero el servicio completo.

     Lali tembló por completo. Sus fantasías estaban consiguiendo excitarla cada vez más.
     Tenían muchas cosas que hacer. Además, Lali tenía algo muy importante que decirle. Ya no le importaban las consecuencias para ella o lo que pudiera ocurrirle a su hermana. Debía hacerlo.

     Pero, antes, quería disfrutar por última vez de aquel sexo tan embriagador que sólo él era capaz de darle. Sabía que no se estaba comportando correctamente, pero no le importaba. Necesitaba desesperadamente sentirlo dentro de ella una vez más.

     Fue un trayecto complicado. Pablo, inclinado hacia ella, estuvo constantemente recorriendo su pelo con sus suaves dedos mientras ella intentaba concentrarse en la carretera.

     Después, empezó a acariciarle el cuello, deteniéndose en cada uno de los eslabones de la cadena dorada que él le había regalado, besándole suavemente la piel.

     —Te he echado de menos —dijo él—. He echado mucho de menos tu piel.

     Lal se debatía entre la conducción y sus fantasías.

     —También los he echado mucho de menos a ellos… —dijo introduciendo una mano por su ropa y sosteniéndole un pecho, jugando delicadamente con su pezón.

     LAli se estaba poniendo cada vez más nerviosa. No había mucho tráfico y ya estaban muy cerca de la casa de Pablo, pero no estaba segura de ser capaz de contenerse por más tiempo.

     —Pero, sobre todo, lo que más he echado de menos es esto —añadió deslizando su mano entre las piernas de Lali .
     —¡Pablo! —exclamó ella con el cuerpo al rojo vivo—. ¡No hagas eso! ¡Estoy intentando conducir!

     Lali intentó apartar su mano, pero lo hizo sin mucha convicción. Le excitaba hasta la locura lo que él le estaba haciendo, no quería que parara, le encantaba que Pablo pensara sólo en ella, ser el centro de su mundo.

     —¿No puedes conducir más rápido? —preguntó besándola en el cuello.

     —Si voy más rápido, excederé el límite de velocidad —murmuró ella apenas en un susurro, dominada por olas de pasión que la mecían a su antojo.

     Una parte de ella quería detenerse en mitad de la carretera y dejar que Pablo hiciera con ella lo que quisiera. Sin embargo, otra parte sabía que aquel juego peligroso era mucho más erótico. Todo lo relacionado con él había sido siempre para ella peligroso y erótico.

     —¿Qué ocurre? —preguntó Pablo advirtiendo que estaba deteniendo el coche.

     —El semáforo está en rojo.

     —Perfecto.

     Apenas había puesto el punto muerto cuando Pablo se abalanzó sobre ella, le bajó las bragas y empezó a acariciarla en lo más íntimo de su cuerpo mientras la besaba con tanto ardor que parecía estar a punto de devorarla. Lali llevaba tanto tiempo excitada, llevaba tanto tiempo deseando que él la tocara, que explotó sin poder evitarlo y tuvo un orgasmo allí mismo.

     Aquello era una auténtica locura. Aunque no hubiera mucho tráfico a esa hora, estaban a plena luz del día, en la carretera principal que recorría la Costa Dorada.

     —Ya veo que me has echado de menos —dijo Pablo alisándole la falda y ayudándola a recomponerse.

     —Qué gran poder de deducción —ironizó Lali

     El semáforo se puso en verde y Lali arrancó.

     Cuando llegaron a la isla, hicieron el amor una y otra vez como si llevaran siglos sin verse. Mientras Lali lo tenía dentro de ella, llenándola por completo, sintiendo aquel perfecto cuerpo masculino, que parecía hecho sólo para ella, dándole placer, pensó que tal vez Pablo sabría perdonarle todas las mentiras y alegrarse al saber la noticia que tenía que darle.

     Pero sólo fue un instante, porque entonces Pablo la penetró de nuevo y volvió a transportarla a un lugar en el que la razón no existía, a un lugar donde sólo estaban ellos dos y millones de estrellas que los resguardaban del mundo exterior.
   
     —Ya estoy aquí.

     Pablo entró en la habitación con dos copas y una botella de Dom Perignon envuelta en hielo. Fuera, la noche se estaba haciendo poco a poco dueña de la ciudad.

     Sentada en la cama, Lali le observó tomar la botella, quitar el corcho y llenar las copas con una irreprimible tristeza que contrastaba con la explosión de alegría y placer que había experimentado desde que habían llegado del aeropuerto.

     —¿Qué estamos celebrando? —preguntó Lali tomando la copa rebosante de champán y bebiendo un poco para que no se derramara sobre la cama—. ¿La firma del contrato?

     —Por ejemplo —respondió él sentándose junto a ella—. O, mejor, podemos celebrar que estoy en la cama con la mujer más hermosa del mundo —añadió dándole un pequeño paquete con la firma de Bulgari.

     —Ya te he dicho que no quiero que me hagas regalos.

     —Quería hacerlo. Ábrelo.

     Lali desató el nudo, quitó el lazo que lo rodeaba y, al abrirlo, vio asombrada un brazalete de diamantes.

     —¿No te gusta?

     —Es precioso —admitió Lali notando que su corazón estaba empezando a romperse—. Pero no me lo merezco.

     —Yo creo que te lo mereces todo —replicó Pablo sacando el brazalete de su caja y poniéndoselo a Lalien la muñeca—. ¡Por ti! —exclamó él bebiendo un poco de champán.

     Lali sintió las manos de él recorrer su cuello. Allí estaba ella, bebiendo una copa del mejor champán del mundo, en la cama con un hombre increíble, todavía con su sabor en los labios y el cuerpo agotado por el sexo. Y, sin embargo, dentro de ella, sabía que todo estaba a punto de terminarse.

     ¿Había alguna forma de salvar aquella historia? Si, al menos, él sintiera algo por ella… Aquel beso, aquellos regalos, ¿sólo eran producto de la pasión o escondían algo más?

     —¿No te gusta el champán? —preguntó él.

     —Pablo… —empezó Lali sabiendo que el momento había llegado—. Tengo algo que decirte.

     —Eso me suena mal —dijo Pablo confuso dejando a un lado la copa de champán—. ¿Qué ocurre?

     —Muchas cosas… —titubeó ella sin saber de qué forma podía decirle la verdad, decirle que estaba embarazada.

     Entonces, se dio cuenta de que antes necesitaba descubrir si él sentía algo por ella. Tal vez saberlo no supusiera ninguna diferencia, puede que todo se acabara de todas formas, pero, al menos, si lo que habían compartido juntos durante aquellas semanas había sido algo más que sexo y deseo, Tegan podría guardarlo como un tesoro toda su vida.

     —Cuando todo esto empezó… —comenzó indecisa—, dijiste que no duraría más de dos o tres semanas.

     —¿Te molesta que estemos tan bien juntos?

     —Por supuesto que no…

     Lali empezaba a notar la confusión de él, pero debía seguir la conversación de la mejor manera posible.

     —Pero… No entiendo lo que está pasando —dijo Lali

     —¿Qué hay que entender? —preguntó Pablo besándola—. Estamos juntos, tenemos una relación y el sexo es maravilloso. ¿Qué más hay que saber? ¿Por qué complicar las cosas?

     Lali lo miró mientras las últimas palabras que había pronunciado Pablo se hundían en su corazón como una fría espada. No había nada que hacer. Para él, aquello no era más que una relación pasajera llena de pasión que antes o después acabaría por terminarse.

     —No, claro, no hay ninguna razón —disimuló Lali —. Simplemente, me sorprende que todavía no se haya acabado. Parecías tan seguro de que sólo duraría un par de semanas…

     —Yo estoy tan sorprendido como tú, pero… ¿qué le vamos a hacer?

     —Me gustaría hacerte una pregunta, ¿qué ocurrió con aquella mujer? ¿Qué fue lo que te hizo tanto daño?

     —¿Tina? Olvídalo. Era una falsa y una mentirosa. Se quedó embarazada y…

     El sonido del móvil interrumpió la conversación. Pablo lo tomó para comprobar quién estaba llamando y, al verlo, respondió a la llamada.

     —Espera un momento, es Nell.

     Lali asintió tímidamente, pero estaba muy lejos de allí. No hacía más que repetirse las palabras que acababa de decirle.

     «Se quedó embarazada… Era una mentirosa…», resonaba en su cabeza una y otra vez.
     Si aquello era todo lo que había sucedido, ya no quedaba ninguna esperanza.
     El corazón de Lali se quebró.

viernes, 2 de febrero de 2018

Capitulo 6 y 7: "La Impostora"



Capítulo 6

     Aquel miércoles amaneció despejado y soleado en toda la Costa Dorada. Todo parecía luminoso y alegre, salvo Lali. No cesaba de repetirse que, de haberle insistido a su hermana por teléfono, Mar habría regresado y ella no tendría que soportar otros tres días más aquella tensa situación con Pablo, aquella inconveniente e incómoda atracción.

     Pasó todo el día esperando un gesto por parte de él, un intento de reanudar lo que había quedado interrumpido el día anterior, pero él no hizo nada.

     Estuvo saliendo de su despacho cada dos por tres con cualquier excusa para acercarse a ella y preguntarle las cosas más nimias. Todo para poder mirarla. Pero nada más. No hizo nada más.
     Lali creyó en muchos momentos que no podría aguantar más la situación, pero, entonces, dieron las cinco de la tarde y salió corriendo de la oficina, feliz por haber sobrevivido un día más.
     El jueves Pablo redobló sus esfuerzos, sus constantes preguntas, sus insistentes miradas, hasta que, a media mañana, Lali no pudo más.

     —¿Qué quieres esta vez? —preguntó furiosa viendo que Pablo se disponía a acercarse de nuevo a ella.

     Sin embargo, en aquella ocasión, en lugar de responder con alguna evasiva, o buscar entre los papeles del escritorio de ella algún misterioso documento, Pablo dejó un paquete de carpetas sobre su mesa.

     —Rogerson necesita esto cuanto antes, pero hay que hacer algunos cambios. Ponte en contacto con alguien de Proyectos y pídele que los haga cuanto antes.

     Lali consultó los documentos que Pablo había depositado sobre su escritorio. No parecía nada complicado. LAli había hecho proyectos mucho más complicados en sus primeros años de vida laboral, antes de empezar a trabajar en GlobalAid.

     —No es necesario avisar a nadie —comentó Lali—. Puedo hacerlo yo misma.

     —¿Desde cuándo sabes utilizar software de gestión de proyectos? —preguntó él mirándola.

     LAli comprendió el pequeño error que había cometido.

     —Hice un curso nocturno hace tiempo —mintió—. ¿No te lo he dicho nunca?

     —Como quieras —respondió Pablo con una sombra de duda—. Pídeles a los de Proyectos que te envíen los ficheros. Lo quiero corregido y en mi despacho antes de diez minutos.

     Lali sólo tardó siete en hacerlo. Aunque eso no hizo que Pablo cambiara de actitud.

     —Muy bien —valoró él en su despacho cuando Lali entró a darle lo que le había pedido—. Parece que tienes muchas habilidades ocultas. ¿Qué otras sorpresas me tienes preparadas?

     Lali respiró nerviosa e hizo una nota mental para recordarle a Mar que se apuntara al primer curso de software para gestión de proyectos que estuviera disponible.

     —Si eso es todo… —dijo Lali deseando escapar de allí.

     —No, eso no es todo —dijo Pablo levantándose de la silla y rodeando la mesa para acercarse a ella.

     Instintivamente, Lali dio un paso atrás. Habían pasado dos días desde la última vez que él la había tocado, y no quería que volviera a suceder. No podía confiar en sí misma.
     Pablo se detuvo a menos de un metro de ella, con sus anchos hombros bloqueando su campo de visión y los ojos fijos en los suyos.

     —Envía esto por fax a Rogerson enseguida —ordenó él dándole unos papeles.

     Cuando llegó el viernes, Lali supo que había llegado el momento de la verdad. Pablo estaba más insoportable e irritable que nunca, pero a ella eso le daba igual. Sólo pensaba en los sesenta minutos que quedaban para que terminara la jornada de trabajo y salir de allí. Al fin, todo habría terminado.
     Sólo quedaba una hora. Lo había conseguido. Había pasado una semana con Pablo sin que él sospechara nada. Había salvado el trabajo de su hermana y, gracias a ella, Mar había podido asistir a la boda de su amiga. Cualquier deuda que Lali pudiera tener con ella había quedado completamente saldada.

     —¿Por qué estás hoy tan contenta? —preguntó Pablo de pronto saliendo de su despacho.

     Lali lo miró mientras el nerviosismo y la atracción que le habían acompañado durante toda aquella semana volvían a dominarla. Al mismo tiempo, sintió algo parecido a la decepción. A partir de aquel día, todo volvería a ser más aburrido y monótono, no volvería a sentir aquella agitación, aquella electricidad embriagadora.

     —Es viernes —contestó ella.

     —¿Y? —replicó él.

     Lali estaba tan contenta que casi sentía deseos de contárselo todo, de compartir con él aquella sensación de éxito.

     —A todo el mundo le gusta los viernes.

     —¿Es que has hecho planes?

     «Por supuesto, ir a buscar a mi hermana mañana mismo al aeropuerto y recuperar mi vida», pensó.

     —Nada especial, lo de siempre.

     Pablo asintió serio con la cabeza y volvió a desaparecer dentro de su despacho.
     ¿Qué le ocurría a su secretaria? Nunca la había visto sonreír de aquella manera.
     Pablo se dejó caer en su silla. En lugar de estar más cariñosa, su secretaria se había empeñado en guardar las distancias lo más posible aquellos últimos días. Había evitado su mirada, se había esforzado para no mostrar la más mínima emoción…

     ¿Por qué estaba de repente tan contenta?
     No sabía la razón, pero algo le decía que la causa no era él.
     Y no le gustaba nada.

     De pronto, su ordenador se iluminó, indicando que había recibido un email. Con el corazón latiéndole deprisa, Pablo se incorporó y lo leyó apresuradamente.

     —¡Sí! —exclamó en la soledad de su despacho dando un puñetazo en la mesa antes de descolgar el teléfono.

     Lali ya había apagado su ordenador y ordenado todos los papeles que se arremolinaban sobre la mesa. Sólo quedaba despedirse de Pablo y todo habría terminado. Nunca más volvería a verlo. Nunca más tendría que lidiar con su mirada oscura y profunda, ni con su aroma, ni con el calor que emanaba de su cuerpo. Nunca más tendría que volver a besarlo.

     ¿Tendría? Lali se dio cuenta de que se estaba mintiendo a sí misma. El contacto con Pablo había sido como un despertar para ella. Toda su vida se preguntaría qué habría pasado si las cosas hubieran sido de otro modo.

     Lali respiró profundamente y se recordó que aquello era lo mejor. Debía actuar de forma sensata. Tenía que irse de una vez.

     —¡Mar!

     Sin previo aviso, Lali sintió que Pablo la tomaba entre sus brazos, la alzaba por los aires y volvía a dejarla en el suelo.

     —¡Giuseppe Zeppa ha recuperado la consciencia y ha preguntado por la marcha del proyecto! ¡Parece que está muy enfadado por el retraso!

     —¡Eso es maravilloso! Me alegro mucho —dijo Lali alegrándose por él.

     —Acabo de hablar por teléfono con Rogerson, está deseando empezar.

     Pablo miró la mesa de su secretaria y, a continuación, se fijó en que estaba a punto de irse.

     —¿Qué estás haciendo?

     —Me voy a casa. Ahora mismo iba a entrar en tu despacho para despedirme.

     —Cambio de planes. Vamos a celebrarlo. Vámonos a cenar por ahí.

     —Pablo, creo que no…

     —Rogerson espera que vayas. Le prometí que estarías allí.

     —¡No tenías ningún derecho a decirle eso!

     —¿Por qué? ¿Qué tienes que perder?

     «Mi entereza», pensó Lali.

     —No puedo ir vestida así —dijo ella.

     —Todavía es pronto. Te llevo a casa y así podrás cambiarte.

     Lali no sabía a quién maldecir. Había estado a punto de librarse de todo, de salirse con la suya. Sin embargo, todo había vuelto a torcerse. ¿Cómo podía tener tan mala suerte?

     Al menos, sólo se trataba de una cena de negocios, con Phil Rogerson, los abogados… Estaría a salvo. Además, por otro lado, se alegraba de tener una última oportunidad de tener a Pablo a su lado.

     —De acuerdo —accedió Lali esperando no tener que lamentar aquella decisión—. A mí también me apetece mucho volver a ver a Phil.
   
     Pablo estaba sentado en el coche hablando por teléfono, esperándola en la puerta de su casa, cuando al fin apareció. Lali vio cómo él colgaba el teléfono y se quedaba mirándola con los ojos extasiados.

     —Estás impresionante —dijo abriendo la puerta del coche para que ella entrara.

     Lali se sintió insegura. Insegura de sí misma, de lo que podría pasar.

     —¿Ocurre algo? —preguntó él.

      —No creo que esto sea buena idea.

     —Rogerson pensaba lo mismo. No estaba seguro de que este proyecto fuera a llegar a buen puerto. Pero tú le convenciste de que, a veces, es necesario correr riesgos. Tal vez deberías seguir tus propios consejos de vez en cuando.

     «No es lo mismo», pensó Lali. Rogerson había decidido correr el riesgo, pero al final le aguardaba una recompensa. Ella, sin embargo… ¿Qué podía ganar? Nada. En cambio, podía perderlo todo. El trabajo de su hermana, su dignidad y, sobre todo, su propio corazón.
     ¿Valía la pena correr el riesgo? No.
     ¿Estaba dispuesta a correrlo? Desde luego que sí.

     Lali se sentó junto a él temblando, sintiendo cómo los ojos de él recorrían su cuerpo.
     «Es una cena de negocios, sólo es una cena de negocios», se repetía LAli a sí misma.
     Sin embargo, eso no le había impedido elegir el vestido más femenino que había podido encontrar en el armario de su hermana, una preciosidad en tonos pastel con la cintura ajustada y la falda con vuelo que descubría sus piernas al menor movimiento. Después de haber llevado aquellos vestidos austeros durante toda la semana, aquel vestido le hacía sentirse atractiva.

     Y la forma en que él la estaba mirando lo confirmaba.

     —Nunca te había visto el pelo así —dijo Pablo extendiendo la mano y acariciándole un mechón—. Me encanta.

     Sus ojos se encontraron y, por un instante, el mundo entero desapareció. La luz de la luna hacía brillar el pelo de Pablo, jugando con las facciones de su cara.

     Con aquel hombre, una noche entera nunca podría ser suficiente. Pero eso era lo que tenía, sólo una noche.

     —¿Te importa si hacemos una parada por el camino? —preguntó él arrancando el coche—. Tengo que hacer una llamada y ver a alguien.

     —Por supuesto que no —dijo ella sin preguntar.

     Pero, cuando llegaron al aparcamiento de Green Valley Rest Home, le miró con curiosidad.

     —Mi abuela —dijo él como leyéndole el pensamiento.

     —¿Tienes abuela?

     —¿Eso te sorprende?

     —Sí. Quiero decir… no. Es decir…

     Lo que le llamaba la atención era que un hombre tan fuerte y tan aparentemente seguro de sí mismo se preocupara por una débil anciana.

     —Además, ya conoces a Nell. Al fin y al cabo, eres tú la que se encarga de enviarle flores por su cumpleaños.

     —¡Ah! ¡Claro! —exclamó Lali disimulando—. Pero yo sólo las mando, eres tú el que se preocupa de ella.

     —Volveré lo antes que pueda —dijo saliendo del coche.

     Pero apenas había caminado un par de metros cuando una mujer con el pelo canoso se acercó a él.

     —¡Pabli! ¿Por qué has tardado tanto?

     —Vamos, Nell… —dijo Pablo tomándola del brazo—. Ya es muy tarde, deberías estar dentro.

     —Ni hablar —dijo la mujer soltándose del brazo de su nieto—. Todo es culpa de las enfermeras, que están deseando que nos vayamos a la cama para poder irse de juerga por ahí.

     —Como quieras —dijo guiándola hasta un banco—. Dime, ¿qué es eso tan importante que querías decirme?

     La mujer avanzó lentamente hasta el banco y, doblando su cuerpo con parsimonia, se sentó.
     —¿Y bien?

     —Las Navidades —dijo ella pronunciando las dos palabras como si fueran balas.

     —Faltan todavía seis semanas para eso, Nell.

     —Lo sé, pero… ¿qué vas a hacer?

     Todavía no lo había pensado. Seguramente, haría lo mismo que los años anteriores. Si su abuela estaba de buen humor y se encontraba bien, reservaría una mesa en algún restaurante y la llevaría a comer. De lo contrario, pasaría con ella algunas horas en la residencia, tomándose algo juntos frente al mar.

     —¿En qué estás pensando?

     —Me gustaría, para variar, que hicieras lo posible para que toda la familia estuviera reunida. Si lo dejas para el último día, Frank y Sylvia ya habrán hecho planes.

     Pablo asintió estoicamente, incapaz de decirle a su abuela la verdad sobre Frank, su hijo, y Sylvia, su nuera.

     —Veré lo que puedo hacer, ¿te parece? —dijo dándole un cariñoso beso.

     —¿Quién es esa chica?

     Pablo sonrió. Su abuela podía estar delicada de salud, pero no cabía la menor duda de que la vista la tenía perfectamente.

     —Es Mar, mi secretaria.

     —Qué nombre tan gracioso para una chica. ¿Es ella la que me envía las flores? —preguntó sin dejar de mirar al coche.

     —Las flores te las mando yo, Nell.

     —Venga… Seguro que no has comprado flores en tu vida. Creo que debería darle las gracias.

     —No hace falta…

     —¿Por qué? —preguntó su abuela mirándolo fijamente—. ¿Te avergüenzas de mí?

     —Por supuesto que no.

     —Entonces, ¿a qué esperas? —dijo la anciana.

     Pablo se levantó del banco y, antes de llegar al coche, vio que Lali salía del vehículo con su maravilloso vestido.

     —Quiere conocerte —le dijo a Lali

     —Ya lo veo —comentó ella.

     —¡Holaaaa! —exclamó la anciana desde el banco.

     Lali dejó que Pablo la llevara hasta donde estaba su abuela.

     —Es un placer conocerla, señora

     —Querida… —dijo la anciana tomándola de la mano—. Llámame Nell. Aunque, ahora que te veo, no tienes pinta de llamarte Mar. ¿Estás segura de que ése es tu nombre?

     —Abuela…

     —Eres demasiado guapa para llamarte asi —insistió la anciana sin dejar de mirarla—. Yo te habría llamado… Vanessa.

     —Ya está bien, Nell —dijo Pablo

     —¿Te he contado alguna vez que, siendo niña, me perdí una vez en las montañas y estuve a punto de ser devorada por un oso? —preguntó haciendo que Lali se sentara en el banco con ella—. No, no creo que lo haya hecho. Pues verás, debía de tener yo unos cuatro o cinco años…
   
     —Tu abuela es todo un personaje.

     El coche de Pablo recorría la ciudad en dirección al restaurante. Lali se había pasado casi todo el trayecto pensando en Pablo , en aquel nuevo aspecto de su personalidad, de su vida. Con su abuela, se había mostrado distinto, cordial, cariñoso… todo lo contrario al frío hombre de negocios que ella había conocido hasta ese momento.

     —Me ha caído muy bien.

     —Creo que el sentimiento ha sido mutuo. Gracias.

     —¿Gracias? ¿Por qué?

     —Por tratarla tan bien, por tener tanta paciencia. No es una mujer fácil de tratar. Contigo ha estado encantadora.

     —Me lo he pasado realmente bien escuchando sus historias sobre Montana.

     —Eso es porque es la primera vez que te las cuenta —dijo Pablo sonriendo.

     —¿Por qué vino tu familia a Australia? —preguntó Lali devolviéndole aquella sonrisa de complicidad.

     —Por lo de siempre. Mi padre se enamoró de una chica que estaba de viaje por Estados Unidos. La siguió hasta aquí, hasta Queensland, para convencerla de que regresara a Estados Unidos para vivir con él, pero, al ver esto, al ver las enormes posibilidades que había en esta ciudad, convenció a Nell para que la familia se trasladara a Australia. Hizo grandes negocios en la década de los ochenta.

     —¿Dónde está ahora?

     —Murió hace cinco años, en un accidente de avión. Mi abuela no recuerda bien ciertas cosas.

     Lali lamentó no haber caído antes en la cuenta. Debería haberlo deducido por los comentarios de la anciana, las constantes preguntas acerca de su hijo, Frank.

     —Lo siento, no me di cuenta. Sé lo que significa perder a un padre, pero no sé lo que se siente perdiendo a un hijo. Debe de ser durísimo. Tiene suerte de tenerte a su lado —dijo Lali extendiendo la mano hacia él instintivamente y apoyándola en su hombro.

     Pablo no había pensado nunca en ello, pero, aunque fuera cierto, no quería hacerlo en ese momento. Tenía cosas más importantes en mente.
     Aquella noche, su secretaria parecía distinta. Estaba más receptiva, no daba la impresión de querer huir. Le había puesto la mano en el hombro por propia iniciativa.
     Pablo detuvo el coche al llegar a un semáforo, tomó la mano de ella entre las suyas y la besó.

     —Esta noche, creo que el afortunado soy yo.


Capítulo 7

     La cena transcurrió como había previsto. Los platos, todos exquisitos, se sucedieron a un ritmo aceptable, acompañados por la suave música de una orquesta, sin que nadie percibiera lo que estaba sucediendo en el interior de Lali . Ella misma intentó hacer lo posible por aparentar normalidad, hasta intervino en las conversaciones triviales que se intercambiaron unos y otros.

     Pero su pensamiento estaba en otra parte. En un hombre. En Pablo. Era como si alguien hubiera accionado un resorte escondido dentro de ella que llevara mucho tiempo sin activarse.
     Cuando la cena terminó y Rogerson y los demás se fueron a casa con sus familias, Pablo se acercó a ella.

     —¿Quieres bailar conmigo?

     Dentro de su corazón, sabía que aquél era el punto sin retorno, que si accedía, no habría vuelta atrás. Pero, por primera vez, una voz interior le susurraba que sentirse de aquel modo no era ningún crimen, que se merecía una oportunidad, aunque fuera la última.

     —Sí —respondió ella dejando que la tomara de la mano y la llevara a la pista de baile.

     La música que estaba sonando era suave, romántica, ideal para amantes, para que ella apoyara la cabeza sobre el hombro de él y se dejara llevar.

     Pablo la abrazó y Lali sintió el cuerpo de él pegado al suyo, transmitiéndole el calor intenso del deseo, el aliento de él jugando con sus cabellos.

     Una noche. Una noche nada más. Una noche sería suficiente para satisfacer la pasión de él y poner fin a aquella agonía. Para cuando Mar regresara al trabajo, todo habría terminado.

     ¿Por qué no? Podía funcionar. Debía funcionar.
     La música se detuvo, pero ninguno de los dos se movió.

     —¿Quieres seguir bailando? —le susurró él.

     —Bailar está bien, es divertido —contestó ella alzando la cabeza para mirarlo—. Pero lo que a mí me gustaría es acostarme contigo.

     Pablo pareció tardar unos segundos en asimilar lo que Lali había dicho. En cuanto lo hizo, el gesto de su rostro mostró todo lo que ella necesitaba saber.

     —Vamos —dijo Pablo

     Apenas habían salido del restaurante cuando Pablo , apoyándola contra un muro, la besó apresuradamente.
     Lali se sentía como si estuviera borracha. Tenía ganas de gritar, de saltar, de hacer cualquier locura, de fundirse en la noche, de disolverse dentro de él.

     A duras penas lograron llegar hasta el coche, abrazándose y besándose mutuamente con urgencia.

     —¿Sabes cuánto te deseo ahora mismo? —preguntó Pablo intentando arrancar el coche.

     No hacía falta que se lo dijera. Podía verlo en su rostro, en sus ojos. Estaba tan excitado como ella.
     Lali puso una mano sobre la rodilla de él y ascendió por su muslo lentamente hasta llegar a su miembro. Estaba tan duro que parecía gritar por salir de su encierro.

     —Yo también te deseo —dijo Lali excitándose sólo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir.

     —Dos minutos —le pidió Pablo intentando contenerse—. Dame sólo dos minutos.

     Encendió el motor y condujo a toda velocidad hasta un puente que daba acceso a una pequeña isla. Tras sacar un pequeño mando a distancia, pulsó un botón y, en el acto, se abrieron unas enormes puertas dejando al descubierto una imponente casa, oculta entre frondosas palmeras, que parecía hecha de cristal.

     —Bienvenida —dijo deteniendo el vehículo y saliendo para abrirle la puerta—. Aquí es donde me escondo cuando salgo de la oficina.

     —¡Vaya! —exclamó ella—. Una isla hecha para el placer de una sola persona. ¡Increíble!

     —Esta noche, será una isla para dos —replicó él pasándole el brazo por los hombros.

     Lali empezó a temblar imperceptiblemente cuando Pablo la atrajo hacia él y la besó. Sentir de nuevo su olor, su tórax presionando contra sus pechos, sus piernas entrelazándose con las suyas, la embriagaba. Ya no había ninguna necesidad de preocuparse por nadie. Podían besarse todo el tiempo que quisieran.

     Pablo empezó a recorrerla con las manos, lentamente, como si ella fuera barro y él la estuviera dando forma, creándola de la nada. Descendió con su boca por su cuello, desviándose hacia el hombro.
     Con un ligero movimiento, le deslizó un tirante por el brazo y después el otro. Sosteniendo sus pechos con las manos, sin apenas esfuerzo, Pablo le quitó el sujetador.

     Lali sintió al aire nocturno acariciándole los pechos y, dominada por el deseo, se echó hacia atrás doblando el cuerpo, presionando su vientre contra su miembro.

     —¡Pablo! —gimió empezando a perder el control.

     —Lo sé —murmuró él bajando las manos hasta llegar a la falda de ella e introduciéndolas bajo los pliegues para descubrir las medias de seda que tanto le habían excitado una semana atrás—. ¡Dios mío! ¡Estaba deseando que las llevaras puestas!

     Con los ojos desorbitados, Pablo la tomó entre sus brazos y la sentó violentamente sobre el capó del coche. Con las piernas de ella a ambos lados, Pablo introdujo una mano bajo la falda de Lali y empezó a bucear en el lugar que ella más lo necesitaba.

     Con un grito ahogado desapareció el último rastro de resistencia que le quedaba a Lali. Pablo, por su parte, no podía pensar en otra cosa que no fuera el cuerpo de ella. De un tirón furioso le bajó las bragas y, mientras ella sentía la brisa recorrer sus partes más íntimas, él se bajó los pantalones.
     Fuera de sí, Lali se lanzó hacia él. Quería tenerlo dentro de ella. Lo necesitaba. No quería esperar más, aunque él estuviera buscando un preservativo. Le daba igual. Cuando consiguió ponérselo, Pablo la sostuvo por las piernas y la penetró completamente, tan fuerte que ambos emitieron un grito desesperado.

     Por unos segundos, ninguno de los dos se movió. Estaban sintiendo el placer del contacto con el otro, algo que habían estado deseando mucho tiempo.
     Pablo empezó a moverse lentamente, adelante y atrás, una y otra vez, alejándose y acercándose, hundiéndose poco a poco en un ritmo que los disolvía el uno en el otro.

     Entonces, sobre el coche, con la brisa nocturna corriendo entre ellos y todo un mundo privado para disfrutar, Lali explotó como nunca lo había hecho.

     Jadeando, se abrazó a él sintiéndose débil, tapándose los pechos, siendo consciente de repente de su desnudez.

     —Si te parece —dijo él subiéndole el vestido y colocando en su sitio los tirantes para que le taparan los pechos—, podemos continuar dentro.

     Lali sonrió, dándole las gracias internamente por haber entendido su incomodidad.

     —¿Tienes la menor idea de lo que esa sonrisa me hace sentir?

     Tomándola en brazos, Pablo entró en la casa, atravesó varias salas y, finalmente, la tendió en una enorme cama. La habitación apenas tenía paredes, sólo cristaleras enormes con vistas a un maravilloso jardín.
     Lali vio cómo Pablo se desanudaba la corbata, se quitaba la camisa y empezaba a quitarse los pantalones. Aquello le recordó otro momento, una ocasión en la que ella había salido corriendo, huyendo de él.
     «Idiota», pensó Lali lamentándose por las innumerables ocasiones que había dejado escapar intentando esconderse de lo inevitable.

     Ya no volvería a huir. Y mucho menos teniéndole a él allí, quitándose los pantalones delante de ella, exhibiendo su cuerpo perfecto.

     Dispuesta a aprovechar cada gramo de placer que él pudiera regalarle, Lali se quitó los zapatos, el vestido, el sujetador y las bragas. Se había quitado todo menos las medias.

     —Gracias por dejártelas puestas —dijo Pablo entrando en la cama y recorriendo sus piernas lentamente—. He soñado con ellas toda la semana.
     Pero Lali no quería más palabras. Al día siguiente se iría de allí y aquello no se volvería a repetir. Quería disfrutar de la magia que había surgido, confundirse con ella y dejar que su cuerpo la transportara a lugares en los que no hubiera estado nunca.
   
     —Quédate conmigo el fin de semana.

     —No puedo, tengo cosas que hacer.

     —Déjalas para otro momento.

     Pablo jamás había pasado una noche como aquélla.

     —No puedo.

     —Si quieres, seguro que puedes. Tengo muchas ideas para este fin de semana —dijo él sonriendo.

     —No puedo, lo siento.

     Pablo pasó la lengua por uno de sus pechos intentando que el cuerpo de ella respondiera. Pero, aunque lo hizo, se mantuvo imperturbable.

     —Por favor, no hagas eso. Tengo que irme.

     —¿Por qué?

     —Ya te lo he dicho —dijo tapándose con la sábana para salir de la cama—. Tengo cosas que hacer.

     —Que no me incluyen —dijo él como si estuviera pensando en voz alta.

     —Efectivamente.

     Pablo se incorporó frustrado.
     —¿Qué es tan importante para que no puedas cancelarlo?

     —Mi hermana regresa hoy de sus vacaciones y tengo que ir a buscarla al aeropuerto —dijo Lali buscando su ropa por la habitación.

     —¡Yo te llevaré! —dijo él enseguida—. Me encantaría conocerla.

     —¡No!

     —¿No quieres que conozca a tu hermana? —preguntó él sorprendido por la vehemencia de su negativa.

     —No es necesario que me lleves, eso es todo.

     —Entonces, tal vez podamos vernos luego.

     —No.

     —¿Mañana?

     —Tampoco.

     Lali se puso los zapatos y guardó las medias en el bolso.

     —¿Qué está pasando aquí?

     —Nada. ¿Debería?

     —Entonces, ¿qué sucede?

     —Mira, no puedo quedarme contigo, ¿entiendes? No podemos volver a vernos.

     —¿Y qué hay de anoche?

     —¿Qué pasa con anoche? Había bebido demasiado. Fue algo que sucedió y ya está. Somos adultos. No significa nada.

     —No habías bebido tanto. Además, fuiste tú la que sugeriste que nos acostáramos, ¿recuerdas?

     —Hace mucho que trabajas conmigo. ¿Te cuadra el comportamiento que tuve ayer con la Mar que conoces?

     —No, pero…

     —¿Lo ves? Había bebido demasiado. Demasiado para mí. Lo siento, Pablo . Llamaré a un taxi. No hace falta que te levantes.

     —Puedo llevarte…

     —Por favor —dijo LAli deteniéndolo con una mano—. Tenemos que seguir trabajando juntos. Creo que es mejor para los dos que yo me vaya en taxi y no prolonguemos más esto, ¿no te parece?

     Pablo la miró fijamente, intentando contener la tensión de su cuerpo.

     —Sí —respondió finalmente—. Tienes toda la razón.

   
     Lali se sentó en el asiento de atrás del taxi haciendo un esfuerzo sobrehumano por no llorar. Necesitaba estar en silencio, pero el conductor no paraba de hablar de la falta de lluvia, del precio de la gasolina, de la crisis de Oriente Medio…

     Pero a ella no le importaba nada de eso. Tenía su propia crisis. No podía apartar de su cabeza la forma en que Pablo la había mirado justo antes de salir de la habitación.

     Estaba furioso, dominado por la ira. Se sentía engañado por haber compartido una noche con ella para que después le dejara de aquella manera. Lali lo comprendía, pero había tenido que hacerlo. No había otra alternativa.

     Era mejor así. Era preferible que él la odiara a continuar con aquello. Se le pasaría enseguida. Para cuando Mar regresara el lunes al trabajo, Pablose habría calmado y ya no le daría tanta importancia al asunto.

     Entró en su apartamento deseando darse una ducha y descansar un poco antes de ir al aeropuerto. Sin embargo, al entrar, vio por la luz parpadeante del teléfono que alguien había llamado.

     Se imaginó que habría sido Pablo , incapaz de aceptar un no por respuesta.

     Pero, al pulsar el botón, se llevó una sorpresa:

     —¡La! ¿Cómo estás? Espero que todo vaya bien con Pablo, porque me temo que voy a retrasarme un poco más…